Una novela que se lee casi como un diario de vida.
Ediciones BSANTIAGO.- Sin importar dónde o cuándo se pronuncie, el nombre de Mata Hari es hasta nuestros días sinónimo de erotismo, espionaje y tragedia. Es que Margaretha Geertruida Zelle (su verdadero nombre), la hija de un sombrerero holandés y una madre de ascendencia javanesa, la misma chica que se reinventó tantas veces y causó polémica en los distinguidos salones de Europa durante la Primera Guerra Mundial, sigue siendo una figura tan fascinante como misteriosa.
Tal vez por eso la escritora estadounidense Yannick Murphy (“Stories in Another Language”, “The Sea of Trees”) decidió explorar detalladamente su vida, para luego volcarla en las 283 páginas de “Yo, Mata Hari” (Ediciones B, $ 13.000), una novela que se lee casi como un diario de vida. Un mosaico de momentos narrados en primera persona en la prisión parisina donde aguarda su inminente final, y que dan cuenta de una existencia marcada por el dolor y la incesante búsqueda de la esquiva felicidad.
Desde muy joven Margaretha destaca por su belleza, la que no pasa inadvertida para los diferentes hombres que pasan por su vida. Y ella de a poco va descubriendo su debilidad por los uniformes.
Tras la muerte de su madre, se casa —con apenas 18 años— con un oficial de la marina holandesa mucho mayor que ella, y tienen dos hijos. Precisamente el hombre que la llevará hasta Java, las exóticas tierras de su madre, para iniciar una nueva vida.
Sin embargo, la muerte de su hijo (aparentemente envenenado) marcará el derrumbe de su marido y la desintegración de su matrimonio. Una situación que la empujará hacia lo más profundo de los placeres sensuales y prohibidos de los Mares del Sur. Y que será clave en la creación del mito.
Separada y habiendo perdido la custodia de su hija, se instala en París, ciudad donde tras sucesivos fracasos —y sin nada que perder—, decide reinventarse una vez más y convertirse en Mata Hari, la exótica bailarina que incendiará la imaginación de los caballeros y escandalizará a Europa.
Para ese entonces ya hablaba holandés, alemán, español, francés e incluso malayo.
No obstante, los años también pasan para Margaretha, que paulatinamente va migrando de su rol como bailarina al de cortesana, teniendo varios romances con militares y políticos de alto nivel. Pero su destino quedará sellado cuando sea acusada de espiar para Alemania, y entonces ni su fama ni su belleza la podrán salvar.
Obligada a cambiar el lujo y la seda por el frío y la soledad de su celda en la prisión de Saint-Lazare, la sensual chica cuya exótica belleza había embrujado a tantos hombres, termina sus días frente a un pelotón de fusilamiento en octubre de 1917. Ningún juez creyó en su inocencia; ninguno de sus amantes levantó la voz para defenderla. Y de esta forma Margaretha Geertruida Zelle se volvió inmortal, envuelta en el mito de Mata Hari.