Gesto claro, mano dura, movimiento pástico. Los balances de sonido y las progresiones comnjuntas fueron determinados por su batuta.
Patricio UlloaMaximiano Valdés es uno de los directores con mayor presencia en el extranjero, donde le ha correspondido ser director titular de algunas prestigiosas orquestas, con las que además ha realizado notables grabaciones. Es por ello que sus visitas a nuestro país concitan interés, pues siempre le preocupa realizar programas en el que no busca obras de gusto masivo.
Lo primero que podemos decir del programa es el notable sonido de la Orquesta Sinfónica de Chile, que con profesionalismo abordó el compromiso. Dos de estas obras, de Bartók y de Shostakovich, son de una gran complejidad.
Los hermosos “Tres aires chilenos” de Enrique Soro con que Valdés abrió el concierto, fueron de menos a más y nos atrevemos a creer que el talante muy elegante del director le impidió entregar el carácter popular que los envuelve. Eso fue muy evidente en el primero de ellos, en el que tanto orquesta como director parecieron fríos. Se produjeron así algunos desajustes y sonidos crudos. En el segundo, la orquesta se mostró más afiatada y el carácter de la sección central fue bastante logrado. Destacaremos además el solo de violín del inicio y cierre de este número. El tercero fue sin duda el más logrado de los tres.
Grandioso violín chileno
En un desafío de proporciones Héctor Viveros, uno de los concertinos de la orquesta, interpretó el complejo “Concierto N° 1 para violín y orquesta” de Bela Bartók. Las grandes condiciones musicales de Viveros quedaron en evidencia desde la dolorosa introducción a solo, a la que luego, en forma progresiva, se van sumando el resto de las cuerdas y familias en un poderoso avance. Valdés cuidó muy bien el balance sonoro, permitiendo que el bello y a la vez contundente sonido de Viveros fuera complementado por la orquesta.
En el segundo movimiento, el “allegro giocoso” con que concluye le permitió a Viveros mostrar toda su solvencia musical y destreza técnica, contrastando excelentemente las partes líricas con las virtuosas. El enorme desafío fue coronado con el mayor de los éxitos, tanto por Héctor Viveros, quien una vez más dio muestras de gran talento musical frente a una obra de complejidades técnicas evidentes, como por la orquesta que guiada por Valdés entregó el más ajustado acompañamiento.
Si de desafíos hablábamos, aún quedaba otro no menor en carpeta. Nos referimos a la “Sinfonía N° 6 en Si menor, Op. 54” de Dmitri Shostakovich. En ella Valdés condujo una gran versión. Desde el angustioso “largo” que le da inicio, donde se marcó muy bien tanto la poderosa progresión como sus contrastes. Aquí debemos destacar la estupenda participación de algunos músicos en sus partes a solo. No podemos dejar de señalar que el carácter desolado del movimiento recuerda inevitablemente el “largo” de su quinta sinfonía.
A esas alturas la Sinfónica mostraba un sonido espléndido y lo acrecentó en las dos partes finales. El “allegro”, de un carácter bastante irónico, con gran uso de contrastes, que exigen fraseos de gran claridad, tal como se escucharon en esta oportunidad.
Si en este “allegro” existen verdaderos puzzles rítmicos, estos se acentúan en el “presto” final. Ahí se destacaron los planos sonoros en una vorágine melódica que a veces se torna casi salvaje y en un aparente júbilo que esconde un trasfondo dramático. El público aplaudió sin reservas el gran momento musical de la versión de Maximiano Valdés y la Sinfónica.