Batuta que mueve orquestas. Francisco Rettig dio una de sus más poderosas muestras de mando y conocimiento de la música. No sólo lo aplaudió el público. También el cuerpo de músicos.
Macarena PérezAl concluir el último concierto que dirigió Francisco Rettig frente a la Orquesta Sinfónica de Chile no bastaron sólo los aplausos del público para dar fe de su triunfo. A ellos se agregaron los de la propia orquesta, que compartían con los presentes el impacto producido por la estupenda versión de la “Sinfonía N° 3 en Re menor”, llamada “Wagner”, de Anton Bruckner.
Con dominio absoluto de la partitura -la dirigió de memoria al igual que el resto del programa-, Rettig condujo a la orquesta no sólo por las dificultades técnicas que propone la partitura. También se adentró en los conceptos casi metafísicos impresos en ella. La orquesta hizo gala de un bellísimo sonido y musicalidad, siguiendo atentamente cada una de las indicaciones que marcaban cada inflexión expresiva.
No menor en esta sinfonía es el protagonismo de los bronces, que en esta oportunidad respondieron con un nivel de profesionalismo altísimo. A su hermoso y brillante sonido agregaron fraseos de enorme musicalidad (un reconocimiento especial merecen las partes solistas). Así mismo debemos señalar el cuidadoso balance sonoro obtenido por Rettig a lo largo de toda la obra, pues resulta muy fácil que los bronces sobresalgan entre el resto de las familias.
Maestro con mayúsculas
Otra dificultad en la interpretación son las permanentes pausas o respiraciones entre frases, que pueden interrumpir el discurso musical. En esta ocasión cada silencio fue convertido en música, manteniendo siempre la necesaria tensión. Del mismo modo, otro triunfo del director fue su manejo de los contrastes dinámicos, logrando “pianissimos” entrañables y “fortes” siempre musicales y coherentes con el todo. Su manejo del concepto tensión-relajación fue tan exitoso que consiguió la permanente atención de cada uno de los asistentes, haciéndolos transitar por los más diversos estados emocionales.
En el primer movimiento destacaremos la poderosa progresión dramática y los contrates temáticos. En el segundo, la belleza del sonido de las cuerdas y los diálogos de las diferentes familias de serena expresividad que destacaron los temas en medio del denso entramado melódico con un bellísimo final. El comienzo del tercer movimiento, en pianissimo de las cuerdas que conduce hacia el forte, fue casi mágico. Luego, el carácter cercano al “länder” que recuerda a Mahler fue logrado con enorme gracia. En el cuarto, cada cambio de pulso fue preciso y musical, tanto como el manejo de los contrastes. El apoteósico final que retoma el tema del primer movimiento mostró una vez más el hermoso sonido de la Sinfónica y la fuerza y carácter de Rettig frente a Bruckner.
En la primera parte se escuchó otra tercera sinfonía. Es la “Sinfonía N° 3 en Re” de Franz Peter Schubert, cuya versión exenta de sobresaltos mostró el hermoso sonido que ha logrado la orquesta, además de la solvencia de algunos de sus solistas: el clarinete en el primer movimiento, o el oboe y el fagot en el tercero y las maderas en general en el segundo. La versión fue elegante, muy bien fraseada, destacando los diálogos instrumentales, con buen manejo de contrastes. Destacaremos aquú la energía musical del cuarto movimiento, “presto”. Una jornada que quedará en la memoria por la interpretación de la sinfonía de Anton Bruckner.