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Cinco compositores, cinco épocas

Bach, Mozart, Smetana, Hindemith, Britten fueron parte del nuevo concierto de esta temporada. El director, Luis José Recart, aún está al debe en la conducción pues sabemos que su rendimiento está para mejorar.

24 de Julio de 2009 | 12:16 |
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Luis José Recart cambia aquí la viola por la batuta. Dirigió a la Orquesta de Cámara de la Universidad Mayor, pero no mostró todas sus capacidades en el estrado.

Juan Ernesto Jaegger

En un significativo aporte a la cultura santiaguina se ha transformado la temporada internacional de conciertos 2009, que está ofreciendo la Universidad Mayor en el Aula Magna de la Escuela Militar. La sala cuenta con una extraordinaria acústica y esta vez acogió a la Orquesta de Cámara de esa casa de estudios, que dirige Luis José Recart, en un interesante programa en base a cinco compositores de diferentes épocas.

Lo primero que debemos destacar es la enorme musicalidad de cada uno de los jóvenes que integran esta orquesta de cuerdas, a lo que agregan una gran pasión porque las cosas resulten de la mejor forma. En cuanto al rigor técnico con que tocan, se debe a su sólida formación que se evidencia en cada una de las obras que abordan.

La hermosa “Sinfonía simple” de Benjamin Britten inició el programa destacando un hermoso y homogéneo sonido general. Precisión y gracia hubo en el pizzicato del segundo movimiento el que acompañaron con hermosos fraseos. Luego, en la “Zarabanda”, lograron gran expresividad y manejo de las progresiones, aunque las partes “piano” tendieron a una excesiva lentitud que acentuó demasiado la languidez melancólica del movimiento. El movimiento final fue enérgico y preciso, pero la velocidad impresa por la dirección impidió claridad en las articulaciones. No obstante estas observaciones, creemos que fue uno de los puntos altos de la noche.

Continuaron con la versión orquestal (arreglo de Luis José Recart) del cuarteto para cuerdas N° 1 “De mi vida” de Bedrich  Smetana. Está claro que no todas las obras para pequeño grupo instrumental se prestan para ser orquestadas. En este caso se pierde la intimidad y la necesaria ambigüedad de pulso que se logra en la interacción en cuarteto. Otro aspecto de vital importancia es que habitualmente estas obras requieren de gran virtuosismo de parte de sus intérpretes, cosa que no siempre se logra con un conjunto ampliado. Éste fue el caso, pues a pesar del esfuerzo desplegado por los jóvenes, en varias secciones se vieron sobrepasados por las exigencias técnicas. Incluso pensamos que por intentar el logro, la afinación se resintió en los dos últimos movimientos.

La segunda parte abrió con el “Concierto para dos violines y orquesta” de Johann Sebastian Bach, en el que intervinieron Alexander Schitikov y Nadezna Lapis dos músicos rusos, afincados en Chile. En esta obra se vivieron dos mundos. Por un lado la musicalidad y afiatamiento de los solistas, que dieron cuenta de un hermoso sonido en los diálogos entre ambos, y por otro, los constantes atrasos del conjunto conducido por Recart. A esto debemos sumar un pulso errático, que le restó perfil a la obra. Tampoco percibimos una conexión entre solistas y dirección, pero el público reconoció y retribuyó con grandes aplausos el trabajo de los solistas.

Luego la hermosa Evdokia Ivashova interpretó en viola la “Música Fúnebre” de Paul Hindemith. En ella fue notoria la musicalidad y carácter para enfrentar la obra, demostrando un concepto muy claro de ella. No obstante el acompañamiento fue dispar, con momentos logrados que se contrapusieron a otros muy erráticos, que pensamos llevaron a la solista a tener fragmentos de afinación no perfecta. En todo caso su prestancia llevó a buen término la interpretación.

El concierto finalizó con la “Sinfonía Concertante para violín y viola en Mi bemol, K. 364” de Wolfgang Amadeus Mozart, versión sólo para cuerdas, sin los dos oboes y cornos del original, lo que sin duda le resta brillo en los timbres. Los solistas fueron Alexander Schitikov (violín) y Evdokia Ivashova (viola). Ambos mostraron una vez más su musicalidad y acercamiento al estilo, con momentos de gran belleza, como en el bellísimo “Andante”. De la versión diremos que sólo en el último movimiento se logró una sincronía de pulso y carácter, pues en los anteriores los fraseos no coincidieron. Incluso el pulso ambiguo de la dirección casi hizo naufragar el éxito general.

Vemos de gran importancia este nuevo espacio para la música clásica. Es estimulante el entusiasmo arrollador de los jóvenes que integran la orquesta, así como el de los solista invitados, y pensamos que el director aún está en deuda con su conjunto pues de acuerdo a su importante currículo, se le puede exigir mucho más. En lo extra musical, la orquesta debiera estar mejor iluminada, no en penumbras -los solistas debieron reubicar sus atriles en busca de luz-, y no es necesario el distractor juego de luces de colores del fondo. Ojo: hay que calefaccionar la sala.

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