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Sesenta voces en problemas acústicos

Es un extracto de a obra de Arthur Honegger, que en su version completa tarda cuatro horas en desarrollarse. En el Centro de Extensión UC hubo gran despliegue vocal. Mientras los solistas brillaron con clase propia, los coros debieron someterse a condiciones desvaforables para cantar.

27 de Julio de 2009 | 16:58 |
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Los cuatro protagonistas de la jornada: El director Nicolás Rauss, el tenor Rodrigo del Pozo, la contralto Claudia Godoy y la soprano Nora Miranda.

Patricia Alegría

De enorme interés fue el estreno de una de las versiones del salmo sinfónico “El Rey David” de Arthur Honegger, en el marco de la Temporada de Cámara 2009, que se está realizando en el Centro de Extensión de Universidad Católica. La obra que es una síntesis de un espectáculo de casi cuatro horas de duración, mezcla actores y bailarines, y aquí recurre a un narrador que en enlaza las acciones de la trama original, al tiempo que asume algunos de los roles. El papel fue asumido por el actor Hernán Hidalgo, quien con voz firme y matizada logró gran éxito en su cometido, transitando desde lo impersonal hasta transmitir la pasión de alguno de los personajes.

Lo ecléctico del lenguaje musical de Honegger fue muy bien captado por el director Nicolás Rauss, en un ensamble de maderas, bronces y percusión, al que se agregan piano, armonio, celesta y contrabajo. Con ellos obtuvo un sólido y hermoso sonido, con el que acentuó algunos timbres, en especial en el acompañamiento de algunos de los coros. Sólo objetaremos el balance en ciertas partes a tutti, donde el ensamble sobrepasó ampliamente el volumen vocal.

En esta misma línea creemos que la ubicación de los intérpretes en la sala, no los favoreció. El coro perdió brillo y peso vocal diluyéndose la fonética, aunque destacaremos que en las partes donde los instrumentos tocan piano se pudo apreciar el musical trabajo vocal previo. En cuanto a la concertación general, creemos que Rauss logró una unidad total en su desarrollo, llevando a los intérpretes desde lo declamado a lo íntimo, sin obviar lo heroico.

De gran efecto resultó que el papel de la “pitonisa” lo realizara una bella actriz María Soledad Henríquez -con vestuario incluido-, quien impactó con su ingreso por uno de los costados desplazándose hacia el centro, con una actuación impecable, pero cuyo texto no se entendió cabalmente debido a la mala acústica.

El cuerpo de sesenta voces estuvo formado por el Coro de Cámara UC (dirección de Mauricio Cortés), el Coro de Estudiantes UC (dirección de Víctor Alarcón) y el Coro de Bellas Artes (dirección de Felipe Ramos) y dieron cuenta de una impecable preparación traducida en una gran seguridad a pesar de la juventud y poca experiencia de algunos integrantes. La ubicación perjudicó su rendimiento, sobre todo al coro masculino. La cuerda de bajos fue la más expuesta. Un ejemplo de ello fue la marcha de los filisteos, de una blandura equívoca. El coro femenino tuvo más éxito, exhibiendo una enorme musicalidad.

Destacaremos como los mayores logros vocales: el dúo final de la primera parte (para soprano, contralto con coro femenino), el “aleluya” de la segunda parte con su magnífica progresión, el coro unísono que inicia la tercera parte, aquél donde piden misericordia, el siguiente “concebido en pecado” y los coros concluyentes de gran impacto.

Los tres solistas vocales brillaron con luces propias. Nora Miranda (soprano), que es una experta en papeles dramáticos, entregó estupendamente cada uno de ellos, tanto en lo vocal como en expresión. Claudia Godoy (contralto) cantó con entrañable musicalidad y hermosa voz. Pero la gran sorpresa vino por cuenta de Rodrigo del Pozo (tenor), quien en un vuelco total de su estilo cantó con enorme prestancia y dramatismo cada una de sus partes, incluso al superar el escollo de las notas graves.

Si bien resulta interesante escuchar esta versión para conjunto reducido, también es cierto que esta combinación resulta esquiva en timbres y matices, sin los contrastes necesarios en cuanto a colores sonoros, obligando a un doble esfuerzo del director y los intérpretes para lograr el dramatismo necesario, el que fue logrado en plenitud en muchos momentos de la obra.
Gilberto Ponce.   

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