El maestro lituano Juozas Domarkas demostró la energía y delicadeza en partes iguales al suministrar a la Sinfónica sus movimientos de batuta precisa.
ArchivoCon un magistral concierto frente a la Orquesta Sinfónica de Chile se despidió del público el notable director lituano Juozas Domarkas. El repertorio escogido se desarrolló sobre la base de compositores germánicos, confirmando plenamente la solvencia mostrada en su concierto anterior.
La pulcritud de su trabajo fue apreciable desde la obertura de la ópera “La flauta mágica” de Wolfgang Amadeus Mozart, que dio inicio a la presentación. En el más riguroso estilo logró un hermoso y transparente sonido a pesar del rápido pulso que le imprimió. Destacaremos la respuesta extraordinaria de las cuerdas, las que a su vez interactuaban con maderas y bronces con elegancia y precisión. En la versión fue estupendo el manejo de los contrastes y la forma en que destacó los diferentes temas. Así mismo hay que apuntar el desempeño de los bronces: los primeros “¡bravo!” del público se escucharon luego de la brillante versión.
El misterio del oboe
Luego se escuchó el singularmente bello “Concierto para oboe y pequeña orquesta” de Richard Strauss. La obra en tres movimientos que se ejecutan sin interrupción, recuerda en algunos pasajes temas de otras obras del autor, así como a veces pareciera un “concertante” para oboe y orquesta. No obstante posee desafíos técnicos y líricos de envergadura.
El solista fue el músico chileno Jaime González, quien está desarrollando una notable carrera en Europa como solista y profesor. Su musicalidad está avalada por una técnica superior y abordó todas las dificultades de la obra con la prestancia de alguien que conoce los misterios de la interpretación. Escuchamos fraseos y diálogos sensibles y expresivos que encontraron en la orquesta una óptima respuesta, debido a la sintonía de Domarkas con el solista.
El primer movimiento se sostiene con un abigarrado entramado de las cuerdas, sobre el que el oboe realiza todo tipo de figuraciones. No deja de llamar la atención esa suerte de ostinato de una viola solista tocado en gran forma. El balance sonoro logrado por director fue, al igual que en el resto de la obra, cuidadosamente observado. El segundo movimiento fue lírico y cantabile y de gran expresividad en los diálogos entre solista y orquesta. La semi cadenza que cierra esta parte fue brillante, con la peculiaridad de un acompañamiento en pizzicato.
Chispeante y casi lúdico se presenta luego el tercer movimiento, que además permite el despliegue técnico de González. La nueva cadenza la calificaremos de virtuosa y expresiva, antes del genial final que despliega todo el humor del que era capaz Strauss. Las ovaciones obligaron al solista a un encore tan brillante como había sido el concierto.
Esa segunda sinfonía magistral
La “Sinfonía N° 2 en Re, Op 73” de Johannes Brahms cerró el programa. Lo único que podríamos objetar fueron algunos pequeños deslices en los bronces, inexplicables para el nivel que han logrado. En todo lo demás Juozas Domarkas se mostró como un soberano en su enfoque de un romanticismo desbordado en ciertos pasajes, como contenido y musical en otros. En esta versión nada fue arbitrario. Acentos, inflexiones, fraseos y articulaciones se fundieron en momentos que lograron electrizar al público.
Su manejo de la orquesta con su batuta o sus expresivas manos fueron destacables. Acentuó frases o temas, tanto como los contrastes de extrema musicalidad en medio de progresiones sensibles. De su segundo movimiento destacaremos los diálogos entre maderas y bronces, y la amplitud de las frases. En ellas no se puede obviar el bellísimo sonido de las cuerdas.
Gracia y elegancia caracterizaron el tercer movimiento, a pesar de la rapidez de una de sus secciones. La fuerza fue evidente en al cuarto, lo que no restó precisión a las figuras. Así mismo los grandes contrastes enfatizaron el romanticismo casi exacerbado que le imprimió Domarkas, adentrándose estupendamente en el estilo con un concepto tal que cautivó tanto a los músicos como al público. Juozas Domarkas se había ganado un lugar entre los grandes que han dirigido a la Sinfónica, y a la salida más de alguno comentó, ¿cómo sería su versión del “Réquiem alemán” del mismo Brahms?