NUEVA YORK.- Rentabilidad y jazz eran conceptos antagónicos hasta que hace hoy medio siglo Miles Davis editó su disco Kind of blue, una obra maestra sensual y melancólica que vendió cuatro millones de copias e incluía clásicos como “So what” pero que fue grabada en apenas diez horas.
El trompetista Miles Davis, siempre a la búsqueda de nuevos territorios musicales, dijo al batería Jimmy Cobb que quería para Kind of blue un “sonido flotante”, seguir la línea que había iniciado con su composición para el cine en “Ascensor para el cadalso”, de Louis Malle. Pero llegaría mucho más lejos.
A sus 33 años, y pese a que no descubrió la trompeta hasta que su padre le regaló una a los 13 años, le había dado tiempo de vivir un intenso periplo. Había dejado atrás sus colaboraciones con Dizzy Gillespie y Charlie Parker, había creado el “cool jazz”, luchado contra la heroína y por el amor de la musa del existencialismo Juliett Greco en París.
Para seguir este nuevo paso en su trayectoria, buscó un equipo de amigos: su por entonces inseparable John Coltrane, Paul Chambers, Cannonball Adderley, Jimmy Cobb y Bill Evans, el único blanco de la banda. De la sinergia de los seis emergió el milagro. Kind of blue es, efectivamente, una especie de tristeza, pero no una tristeza cualquiera. Es bella, discreta y sugerente. “So What”, su tema más conocido, “no comienza con una fanfarria, sino con un susurro. Toda llena de notas simples pero sin resultar simple en absoluto”, resumía el músico de jazz americano Herbie Hancock, que reconoce la gran influencia del disco en su música.
"Fue como hacer una pintura japonesa. Comenzar la pincelada sin saber dónde te va a llevar,” aseguraba por su parte Evans, que aportó su buen hacer con el piano al sonido final de la grabación. Pero la improvisación definitoria del jazz se mezcló con la clarividencia de Davis para crear equipo: extrajo la oscuridad elegante del saxo de Coltrane, el sonido urbano de Evans y, como contraste, la alegría de vivir de Adderley en el saxo alto. Chambers al contrabajo, Cobb en la batería y, por supuesto, el sonido único que Davis sabía dar a la trompeta, redondearon la tarea.
"Tenía la capacidad de saber la química que iba a producirse entre sus músicos”, explicaba el músico Eddie Henderson. “Y convirtió la grabación en un taller. Sólo decía lo que no había que hacer, pero nunca nos dijo cómo debíamos tocar,” aseguraba Adderley, según recoge el documental “Made in Heaven” (Hecho en el cielo), sobre el proceso creativo del disco.
Efectivamente, Kind of blue parecía tocado por una gracia ultraterrena que consiguió esa fluidez capaz de, en dos sesiones de cinco horas cada una -2 de marzo y 22 de abril- en el recién inaugurado estudio de Columbia en la Calle 30 de Nueva York, alumbrar como un parto sin dolor tamaña perfección musical. La clave estaba en la propuesta esencial de Davis. “Visto sobre el papel, parecen composiciones banales. Pero al escucharlas son simplemente magníficas,” resumía el guitarrista de jazz John Scofield.
Y es que el trompetista, con su sordina Harmon, apostó no por la complejidad de un amplio espectro de tonalidades, sino por ceñir las posibilidades a una sola escala. Fue suficiente para crear “So what" y que la experiencia prosiguiera con “Freddie Freeloader,” “Blue in Green” y “All Blues,” hasta terminar con “Flamenco Sketches”.
La reducción del espectro tonal, por el contrario, multiplicó la gama emocional y, sobre todo, consiguió el gran reto de conquistar al gran público, de alcanzar cifras de ventas impensables para el jazz instrumental y de entrar en la memoria sonora de millones de melómanos.
Así, todavía en 2009, cuando fue reeditado con motivo del aniversario que hoy se cumple, volvió a alcanzar los puestos más altos de la lista. ¿Su secreto? Quizá, como aseguraba Hancock: "’Kind of Blue’ es, sin duda, el disco ideal para poner mientras haces el amor.”