Desembarcaron hace dos años en la capital para mostrar un repertorio con décadas de experiencia en la música popular de Valparaíso, y esta semana vuelven con el refuerzo de su flamante tercer disco. Memoria porteña se llama el más reciente trabajo de La Isla de la Fantasía, el mayor elenco dedicado a la cueca y a otros géneros como el vals y el bolero, en Valparaíso y en todo el país.
Mayor por edad y por cantidad. Hasta 85 años tienen los músicos y cantores de La Isla de la Fantasía, y son una alineación que incluye a las cantantes Lucy Briceño y Silvia Pizarro, conocida como Silvia Trigueña; los cantores Benito Núñez, el dueño de casa; y Gilberto Espinoza, llamado Mascareño; el baterista Elías Zamora, los guitarristas y cantante Juan Pou, Juan Juanín Navarro, César Olivares y Carlos Dávila y el multiinstrumentista y cantante Luis Flaco Morales.
De generaciones más nuevas figuran también Luis Sata Ponce, de Los Afuerinos (acordeón), Fernando Leiva, de Los Paleteados del Puerto (piano), Alexander Muñoz (piano), Bernardo Zamora (bajo) la dupla entre Jonathan Layana y Diego Vega en piano y contrabajo), todos coordinados por Felipe Solís, un estudiante de sociología y músico que se hizo cargo de la producción de Memoria porteña. Solís ya conocía a La Isla de la Fantasía para su primer disco, Cuecas porteñas (2001), y se incorporó como músico en el segundo, A cueca limpia (2007).
-¿Cómo ha sido ese recorrido, cada disco es un retrato distinto o el patrimonio musical es el mismo?
-En el primer disco hay tres sub-grupos, entre el de Lucy (Briceño) o e de Silvia y los Viejos Cracks. Esa separación se desdibujó desde A cueca limpia, aparte de incluir el repertorio completo que hacen ellos, es decir valses peruanos, boleros, tonadas, fox trot. Han pasado los años y la salud de algunos les impide a veces tener la misma fuerza de ayer, pero en este disco registraron desde los momentos más potentes y frenéticos de las cuecas hasta la suavidad del más sollozante tango o el más penoso vals. Son voces curtidas por los años, pero se entregan con la misma fuerza de que deben haber gozado en su juventud.
-¿Qué diferencias tiene el repertorio de este disco con los dos primeros? ¿El vals peruano tiene un rol más importante aquí, por ejemplo?
-El vals peruano, aunque sólo hay tres, efectivamente toma mayor protagonismo, ya que no grabamos boleros. Y eso es sintomático de la experiencia con ellos. En una fiesta cualquiera es el vals peruano el que más interpretan, y no ahora, sino como una constante en su quehacer musical, por lo menos en la cotidianeidad. Después aparecen los boleros, y cuando la cosa ya se arma es que brotan las cuecas, como momento de mayor entusiasmo y explosión musical.
Todos los años del lote
En Memoria porteña se escucha por primera grabado vez un tango en las voces de La Isla de La Fantasía, además de una versión instrumental de la polka paraguaya "Pájaro campana", de una nueva selección de foxtrots y de dieciséis cuecas, del total de veintiséis canciones.
-En este disco escuchamos cuecas a capella en la voz de Lucy, de Mascareño y del tío Beno -detalla Solís-. También hay una cueca atarrá, como le dicen ellos, es decir sólo con percusiones como panderos, platillos, batería, un tarro basurero que había en el estudio y tañando en la misma guitarra. Todo ese track está grabado de corrido, desde las conversaciones previas hasta el golpe de platillo final.
En A cueca limpia (2007) todas las canciones eran de autoría del propio Luis Flaco Morales, pero esta vez el conjunto volvió a las canciones tradicionales.
-Mi criterio fue el de buscar textos que ojalá no hubieran sido grabados, latentes en la memoria de estos músicos, y musicalizados con melodías del folclor -explica el productor-. Y hay un espacio más amplio para mostrar conversaciones entre cada grabación o en finales de temas. Es un disco en vivo no sólo porque prácticamente todos tocan y cantan en tiempo real, sino también porque la esencia de su música está siempre creándose y recreándose. Se miran, se hacen señales, cambian los pulsos según las dinámicas propias de cada estilo y lo más maravilloso es que todos lo hacen al mismo tiempo.
-¿También es nueva la opción de ensayar lo estrictamente necesario, como has dicho? ¿No lo habían hecho así antes?
-Es que ellos nunca ensayan, no es parte de su forma de trabajo ni de su estilo. En rigor, La Isla no tiene una organización como "grupo musical" si no más bien como "lote". Nadie es indispensable, si falta uno lo cubre otro. Todos conocen el repertorio, y si no, se acoplan perfectamente porque tienen interiorizadas por completo las armonías de cada género. Es simplemente porque llevan años trabajando juntos y porque hacen música del cancionero latinoamericano, por lo que si fueran a Perú, a México o cualquier otro lado, encajarían igualmente bien en el repertorio compartido.
-¿De ahí viene lo que se llama la "cueca en lote", como escribes en el disco? ¿Qué es exactamente?
-Lo que he llegado a entender como cueca en lote es esencialmente el momento en que de forma espontánea surge la cueca. Las cuecas de Lucy y Silvia no son de este tipo porque ellas cantan la primera voz en toda la extensión. En el caso de la cueca en lote sale en primera voz un cantor, otro agarra el siguiente trozo y así hasta completar el texto. Puede ser un lote, o "chungo", como se le dice aquí en Valparaíso, de cinco, diez o más personas, pero lo más relevante es que, según la calidad de los cantores, afloran y salen a la luz versos o melodías que no se cantaban hace mucho tiempo, o aún mejor, inventados en el mismo momento. Aquí se aprecia la dinámica de este estilo, que obliga a todos a estar involucrados y atentos, aunque de una forma muy natural, en ese maravilloso momento.
-En el disco también apuntas que las primeras canciones entonadas por estos cantores fueron valses peruanos, rancheras y boleros popularizados por la radio, el disco y el cine. ¿Qué rol tenía la cueca entonces, tenía una popularidad equivalente?
-González y Rolle (los autores del libro Historia social de la música popular en Chile. 1890 - 1950, de 2005) recogen datos de la cueca en los años '30, si no me equivoco, como uno de los géneros más populares en la industria discográfica nacional. Yo espero que la mayoría de las cuecas que registramos, que oficialmente son de autor desconocido, sean un aporte al rescate de textos, pero perfectamente pueden haber sido grabadas hace quizá setenta años y pasaron a formar parte de la "memoria" de estos músicos. Lo que en el fondo muestra que esta memoria a partir del siglo veinte está indefectiblemente mediatizada como nuevo dispositivo de transmisión cultural.
-¿O sea que también la conocen por la radio, por ejemplo, no es un proceso tan oral?
-Personalmente pongo en duda los discursos que dan un valor absoluto a la oralidad en el enriquecimiento y la mantención de la cueca. Si bien en Valparaíso y Santiago la oralidad jugó un papel fundamental no podemos restar importancia al enorme peso de los medios de comunicación, que nos tenían cantando rancheras en los años '40 hasta en el más olvidado pueblo de nuestro país.
En los cerros y en el plan
En los agradecimientos de Memoria porteña hay menciones a algunos cantores fallecidos durante los últimos años, desde integrantes de la propia Isla de la Fantasía como el guitarrista Reinaldo Zurdo Bernal y el acordeonista Luis Salas, hasta la renombrada cantante del bar restaurant Cinzano en el puerto, Carmen Corena.
-Lo de la señora Carmen Corena, a quien no conocí personalmente, surge por toda la gente que se nos ha ido y que siempre es bueno recordar y homenajear -explica Felipe Solís-. Ellos efectivamente la conocieron, pero desconozco el nivel de cercanía, especialmente en el ambiente artístico de la época en que se desarrollaron más acabadamente.
-¿Y en general hay relación entre la gente de la Isla y otros músicos del puerto, del mismo Cinzano, como el pianista Pollito González, o con su hermano el cantor Jorge Montiel, por ejemplo?
-Con Jorge Montiel son más cercanos porque él es habitué del Rincón de las Guitarras, y como allí trabajan Lucy Briceño y César Olivares, se ven más seguido, aparte de ser amigos. Y dentro de la misma Isla es importante decir que hay experiencias de vida y artísticas muy diferentes. Hay quienes se dedicaron toda la vida a la música y que tuvieron carreras más formales, como Silvia Pizarro y su marido Carlos Dávila, que se presentaban como elencos estables en importantes boites de Valparaíso y también de Santiago. Así también hay otros cuyas canchas fueron más bien las ramadas, quintas de recreo o lugares que podríamos llamar más populares, pero no por ello menos importantes.
-Se ha preguntado harto, pero siempre es bueno saber: ¿qué diferencias hay entre el modo de tocar, cantar y bailar la cueca en Valparaíso y en Santiago?
-Me gusta esta pregunta, para romper mitos con lo que se entiende por cueca porteña. La cueca llamada porteña, por denominación de origen, casi mero gentilicio o patronímico, comparte la misma estructura poético musical que la cueca que se hace en Santiago y en general en toda la zona central. Si es por diferencias, la única que he podido constatar empíricamente tiene que ver con un pulso más ralentado que la de Santiago. Los viejos hablan de la cueca de la capital como una cueca más ligerita, más "chicoteada", más rápida, mientras que a la del puerto le dan, en sus palabras, un cariz más "arrastrado", más lento. Eso se aprovecha para bailarla más sinuosamente y para frasearla sin tanto apuro, lo que permite hacer más "dibujos" con las melodías.
-¿De dónde viene esa diferencia?
-Me atrevería a decir que el vals peruano y la marinera tienen mucho que ver, teniendo en cuenta que Valparaíso fue el puerto más importante del Pacífico por mucho tiempo, como un crisol de ritmos y estilos, especialmente con nuestro país hermano.
Felipe Solís se hizo cargo de la producción de este tercer disco de La Isla de la Fantasía luego de que el músico Bernardo Zamora lo hiciera en las dos grabaciones previas. "Este proyecto surgió casi como una natural evolución en quienes hemos estado junto a los viejos, y me aventuré a proseguir el importante trabajo que ellos empezaron", explica. "Para mí es una obligación histórica e incluso moral el registrar este trabajo. Ellos conocieron un estudio de grabación con más de sesenta años (de edad) y esa deuda histórica de Chile con los músicos porteños no puede seguir. Es tanto el material que aunque ocupe toda la capacidad de un CD siempre está la sensación de que se necesita estar permanentemente registrando su trabajo. Ad portas del Bicentenario, en donde el clamor tiende hacia nuestro patrimonio, músicos como los de La Isla de la Fantasía no tienen ni el más mínimo reconocimiento a nivel nacional que se merecen, y no sólo por los discos que hemos podido hacer ni por su trayectoria, sino por ser los últimos representantes de un Chile que se muere con ellos".