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Humbug

¿Qué droga tomaron los periodistas ingleses que elevaron a Arctic Monkeys al status de banda emblemática sin tener siquiera un disco publicado? Entre la impostación de Alex Turner y la batería de Matt Helders el grupo trata de salvar canciones que en su mayoría no van a ningún lado.

31 de Agosto de 2009 | 23:19 |
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¿Por qué a los medios les gusta tanto Arctic Monkeys? ¿Qué droga tomaron los periodistas ingleses que los elevaron el 2006, sin tener siquiera un disco publicado? ¿Realmente son tan impresionantes sus singles y discos, como nos quieren hacer creer? Estas interrogantes se profundizan con Humbug su tercera colección de canciones. Un disco que oscila entre el riff pentatónico bruto y los pretenciosos ambientes “siniestros”. Entre la impostación de Alex Turner (con el mismo efecto reverb de siempre) y la batería de Matt Helders tratando de salvar canciones que en su mayoría no van a ningún lado. Entre la rapidez y lo inquietante, una novedad de la producción de Josh Homme (Queens Of The Stone Age) y James Ford (Simian Mobile Disco). Ellos, rockeros y electrónicos, respectivamente, unidos por brit-rock.

Así, “Potion approaching” y “Crying lightning” repiten la misma fórmula de la batería y riff potente del hit de 2006 "I bet you look good on the dancefloor". Al parecer en la banda no tienen idea de cómo hacerlo evolucionar, aunque lo intentan en una cacnión como “Secret door”. Y pensar que unos kilómetros al norte, en Leeds existe toda una movida de jangle rock mucho más rica en recursos y melódicamente (remitirse a los extraordinarios The Wedding Present y los actuales The Lodger). Por otro lado están “Crying lightining”, “Dangerous animals” y “Pretty visitor”, que intentan sonar terroríficas pero terminan dando risa, como esas bandas maquilladas de horror rock que terminan tocando… rockabilly.

Afortunadamente no todo es tan monocorde en Humbug. “Fire and thud” y “Little Liar” son baladas muy bien logradas. Lo mismo pasa en “Cornerstone”, donde los Arctic Monkeys se aplican con la melodía, cosa no muy común en ellos. Se podría decir que la segunda parte del disco resulta mucho más interesante. Si el rock es un producto para que los jóvenes vivan su esclavitud con libertad, operaciones mediáticas como la sobrevaloración de Arctic Monkeys tienen mucho sentido: adolescentes impetuosos de Sheffield, un puñado de canciones a alta velocidad (para el estándar comercial inglés, claro) y un contexto donde los CDs se devalúa a favor de Internet. Resulta significativo que la misma prensa inglesa destacara que el cuarteto “llenaba teatros desde el 2005, gracias a su promoción por MySpace”. Hoy sin embargo, cualquiera que quiera buscar este nuevo disco se topará con un mensaje del propio sello Domino pidiendo amablemente que borren el archivo de los foros. ¿Cómo es la cosa, entonces?

—JC Ramírez Figueroa

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