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A ojos cerrados

Irrepetibles ciento veinte minutos de piano en el Teatro Oriente: ocho veces debió volver al escenario el jazzista norteamericano en el concierto que ofreció en solitario. La novena vez fue para anunciar que no regresaría nuevamente.

07 de Septiembre de 2009 | 09:58 |
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El piano es parte de su organismo. Mehldau tocó sin abrir los ojos durante dos horas en su estreno en Chile.

Claudio Vera

La cantidad menor de toses que se escucharon entre el público al promediar el concierto de antenoche en el Teatro Oriente hubiera sido cuota suficiente como para exasperar a un pianista de pésimo genio como Keith Jarrett, pero aquí Brad Mehldau se toma las cosas con otra calma. Su único requerimiento fue la prohibición de fotógrafos durante el set, y con justa razón, en circunstancias de que hace un par de años en París Jarrett llegó al extremo de suspender sobre la marcha su concierto de “piano y cof”.

En lo que sí se parece Mehldau a Jarrett es en su jerarquía de solista improvisador y de hecho él mismo lo acredita como una influencia mucho mayor que la del propio Bill Evans, a quien se le asocia naturalmente. Quienes conozcan los conciertos de piano solo de Bremen, Laussane o Colonia de Jarrett, podrán haber encontrado en Santiago momentos de gran similitud. En narrativa, en contundencia y en brillo.

Mehldau propone su propio cancionero de libre acceso. Y de hecho es así, porque son en su mayoría canciones y no composiciones instrumentales las que despacha en el Steinway & Sons afinado ese mismo día: un vals universal llamado “My favorite things”, una canción de Tom Jobim titulada “Zingaro”, un blues de vaudeville o un tema totalmente pianístico de los Beatles a pesar de que en su origen era una pieza folk con guitarra: “Mother nature’s son”.

Prácticamente todo repertorio está servido ahí para una reconstrucción improvisacional con este Mehldau que durante dos horas jamás abrió sus ojos (sólo lo hizo para meter alguna nota cruzada que saliera del rango de su posición en el teclado). Eso certifica que el piano es extensivo de su cuerpo y que entonces no necesita más que una buena memoria, espontaneidad, sensibilidad y confianza en sus decisiones.

Mehldau es un músico zurdo y también eso explica que el trabajo de su mano izquierda, desmarcado aquí de funciones netas de apoyo a la derecha, sea tan protagónico. Ése sí es un “sello Mehldau”. De esta manera el pianista hace que el llanto desconsolado de “Cry me a river” sea ahora un sollozo silente y no despliega derroche de habilidad para la platea. La técnica es más bien una herramienta para maniobrar.

De hecho sus análisis sobre dos canciones de Massive Attack (“Teardrop”) y de Radiohead (“Exit music”) se basaron en atmósferas de capas cordales percutidas y no en rápidos barridos melódicos. Algo más anda buscando este generoso Mehldau en su música actual. Los misterios siguen sin resolverse. No los iría a resolver ni en los ocho bis que ofreció al público, pero si uno tuviera que elegir a sus músicos preferidos de este siglo, Brad Mehldau sería uno de los primeros a ojos cerrados, sin pensarlo dos veces.

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