Un astro de la canción melódica, que los franceses llaman chanson. El adiós de Aznavour fue vitoreado otra vez en Chile.
Claudio CaiozziCharles Aznavour abre sus brazos, el coro se funde con su voz y las luces dibujan sobre el telón el vitreaux de una iglesia. Son los segundos finales de "Ave María" y el momento es francamente religioso. El Movistar Arena repleto aplaude sobrecogido. Si esta es la última vez que veremos al cantante francés más famoso en el mundo, la imagen es perfecta.
Aznavour lleva traje oscuro, el tono resuelto y el gesto determinado. Canta lo que la experiencia le dicta: intimidades de pareja, reflexiones sobre la juventud, el paso del tiempo. Todo suena preciso, calibrado, con medidas exactas. El público, en su mayoría adultos enfilados hacia la jubilación, redobla los aplausos antes clásicos como "She", "Apaga la luz" y "Debes saber". Aznavour sonríe sin aspavientos, seguro de que en el adiós no debe haber tristezas, sino la actitud de quien levanta la copa, brinda y se marcha.