Cenék Pavlík, Iván Klanský y Marek Jerie. Desde la ciudad más bella del mundo, Praga, el magistral Trío Guarneri otra vez en Santiago.
El MercurioCada una de las visitas a nuestro país del Trío Guarneri de Praga (con Iván Klanský en piano, Cenék Pavlík en violín y Marek Jerie en chelo) les ha redituado la más absoluta admiración del público chileno, debido a la excelencia de sus interpretaciones, que incluyen un riguroso acercamiento al estilo, con la expresividad justa y por supuesto con un nivel técnico absolutamente superior.
Durante su presentación en la estupenda Temporada Internacional de Conciertos Fernando Rosas 2009 que organiza la Fundación Beethoven, se confirmaron todos sus pergaminos. Ante una sala colmada de público se les escuchó en obras de Beethoven, Shostakovich y Mendelssohn, y como se trata de un conjunto que ha superado todos los escollos técnicos, sólo deben enfocarse en la interpretación.
Se observó un arco expresivo perfecto desde la primera obra hasta el último encore, y ahí variaron tanto en estilo y peso sonoro, como en la forma de resolver los protagonismos que las obras entregan en su momento a cada uno de los instrumentos.
Iniciaron la presentación con una de las obras tempranas de Ludwig van Beethoven, dedicada como muchas de sus primeras obras a su maestro F. J. Haydn. Es el “Trío N° 9 en Si bemol mayor WoO”, obra en un solo movimiento que tiene la particularidad de ser “WoO”, o sea, sin número de opus, debido a que el autor la consideraba sin mayor peso (en el catálogo de obras de Beethoven, existen otras de similares características). En ella es evidente el gusto del autor por el piano, y así se transforma una obra para piano, pero acompañada por violín y chelo. Destacan aquí los diálogos del teclado con las cuerdas, de una notable limpieza clásica y expresividad graciosa.
Un cambio notable en el peso sonoro vino cuando los europeos interpretaron el “Trío N° 3 en Do menor, para piano, violín y chelo, Op 1 n° 3”, también de Beethoven, en el que las cuerdas asumen un mayor protagonismo. En el primer movimiento destacaron los contrastes dinámicos y expresivos tanto como los precisos cambios de tempi. El “Tema con variaciones” que le sigue dio pie para un amplio desarrollo de articulaciones, acentos, fraseos de gran elegancia y gracia, convirtiéndolo en una pequeña joya. En el “menuetto” contrastaron el tema principal con el del “trío”, que es la sección central y que fue marcado, poco enérgico pero gracioso.
Aún restaba una muestra de su mayor virtuosismo. Ésta se dio en el “finale-prestissimo”, en el que los intérpretes parecieron no tener límites por la perfección exhibida. Pareció que la enorme velocidad fuera un mero juego al servicio de la interpretación.
El trío es un solo instrumento
El “Trío N° 1 en Do menor, Op 8” de Dmitri Shostakovich continuó su presentación. La obra, que no tiene la popularidad del N° 2, es en un solo movimiento. Allí se contrastan mundos tensos y oscuros con aquellos irónicos, tan propios de su autor. Su tránsito expresivo le lleva desde lo romántico hasta el borde de lo expresionista, concluyendo en un poderoso y expresivo final. Durante su transcurso los visitantes dieron muestras del más acabado afiatamiento, en ataques, respiraciones y fraseos, logrando un rotundo éxito entre el público que los ovacionó.
La intencionalidad expresiva cambió de rumbo con la interpretación del “Trío en Re menor, Op 49” de Felix Mendelssohn, obra de un romanticismo del mayor vuelo, que requiere de una expresividad como la que poseen los visitantes. Si bien es de grandes exigencias en lo pianístico, sus desafíos para las cuerdas son enormes, siendo fundamental conservar el concepto unitario en sus diálogos. Se asumen los protagonismos en los momentos precisos, al tiempo que acelerandos y rittardandos deben ser como si provinieran de un solo instrumento. Aquí el Trío Guarneri se transforma en un solo instrumento.
El vuelo romántico se percibió desde el primer movimiento (“molto allegro ed agitato”), con sus elementos de agitación que posee. El segundo, “andante tranquilo”, que recuerda en la exposición del piano a las “Canciones sin palabras” del mismo Mendelssohn, fue un logro en la finura expresiva. El “scherzo”, que es casi “movimiento perpetuo”, fue de un abrumador virtuosismo. El final, “allegro assai apassionato”, fue la suma de las virtudes anteriores. El público de pie exigía más, y ese más provino con un refinado “adagio” de Brahms y la sensible interpretación del popular “Humoresque” de Dvorak.