Magistral presentación de la baladista pop venida de Italia, quien saldó la deuda que el público chileno le estaba cobrando por años.
Claudio CaiozziInterpreta el tipo de canción que resulta perfecta para lucirse en un concurso de talento y se tiene mucha seguridad, y sobre todo una garganta privilegiada. Laura Pausini, la cantante italiana que mantenía una deuda en directo con Chile por más de una década, canceló anoche con creces: brindó uno de los mejores conciertos de 2009 en Movistar Arena, que casi repleto vibró con una de las mayores estrellas que ha dado la canción europea en las últimas dos décadas.
Laura, que nunca se ha sometido a la moda -no la hemos visto rubia ni escotada, ni tentada por la electrónica ni envuelta en asuntos extra musicales-, levantó un número redondo, de exuberante factura, visualmente estimulante, y estudiado al máximo. La banda que la acompaña es maciza, sin yerros, de quirúrgico cometido, despachando pop-rock de romántico talante, que la figura italiana ha convertido en su marca registrada mediante decenas de éxitos. Sus canciones directas, sin ornamentos, están fraguadas con un sólo fin: que su voz, que no cede tonos al paso del tiempo, siempre destaque ansiosa de emotividad, intención y espíritu ético.
Puede que el mensaje ecologista que intercaló a la mitad del número estuviera de más, o la insistencia de hablar de cariño por un país que quedó por fuera de sus rutas por lustros. Detalles mínimos para una estrella de maneras únicas.