Veintinueve canciones al hilo. El nuevo Charly no se altera ni pierde el tiempo. Entre un éxito y otro apenas se permitió respirar.
Héctor Flores, El MercurioLa banda que acompaña a Charly García despliega el pulso frenético de "Rap del exilio", y el legendario músico argentino, ya en el segundo tema de la noche, se para de su piano y se dirige al micrófono en medio del escenario, improvisando sus primeros pasos de baile. García, el otrora irrefrenable y rabioso rockero, se mueve con dificultad, como si el efecto de meses de sedantes lo limitara en sus intenciones de seguir ese ritmo que lo llama al movimiento.
Es la imagen de un hombre que se levanta. ¿Estéticamente menos atractiva, según los más cuestionables perfiles rockeros? Tal vez, pero lamentarse por ello sólo podría ser un error propio de fanáticos cegados por una estereotipada autodestrucción que siempre observaron a distancia, con la dudosa admiración hacia una línea que nunca se atreverían a cruzar.
García la cruzó, se extravió, fue rescatado a su pesar, y hoy llega con el relato de quien viene de vuelta. Su estampa es tranquila, casi la de un señor, pero que ello no llame a engaño. Porque bajo la camisa y la chaqueta sigue guardándose la voz aguardentosa, que aún transmite rabia en temas como "Demoliendo hoteles", intimidad y sutileza en "Pasajera en trance", una cuota de misterio en "Yendo de la cama al living" y una invitación al baile en "No me dejan salir".
Todo presentado de forma ordenada y dinámica, lejos del carácter impredecible de antaño, en un paseo por 29 éxitos calados que mantuvo el ánimo del público siempre a tope, pese a los evidentes ripios vocales del argentino, a la parafernalia desbordada de algún músico y al multitrackeo de "Deberías saber por qué", que en vivo no pareció otra cosa que un desafortunado play-back.
Pero ésos fueron pelos de la cola para los cerca de 9 mil fanáticos que llegaron hasta la Arena Movistar, la noche del viernes 2 de octubre. Charly García dejó sin gusto a poco, en un show prolijo y profesional como hacía años no se le veía, sin ninguna clase de caprichos.
Sus devotos, que lo vitorearon como siempre, lo vieron volver. Una historia que, por largo tiempo, pareció que no se podría contar, pero que el mayor rockero latinoamericano relató una noche de viernes en Santiago de Chile, para demostrar a sus fanáticos más afiebrados que, como sea, tener al nuevo Charly es por lejos mejor que tener sólo un recuerdo.