El escritor terminó saturado con los personajes que se preocupan más de las ''neuras'' de un autor que de la calidad de sus obras.
Random House MondadoriSANTIAGO.- El escritor chileno Diego Lombardi asiste a una aburrida recepción para un autor africano, en la que su mujer coquetea abiertamente con otro hombre; unas páginas después, ese autor africano piensa en cómo diablos cumplirá su promesa de escribir el mito fundacional de su cultura; luego, Lombardi encara a un librero en una cena del mundo editorial, y así las escenas se suceden, una tras otra, hasta terminar en una paranoia global de inspiración islámica.
De ese modo, como una auténtica comedia de equivocaciones, se desarrolla "La fidelidad presunta de las partes" (Random House Mondadori, $12 mil), la novela que el escritor chileno Jaime Collyer lanzó recientemente y en la que se permite apuntar hacia las más diversas zonas sin temor a extraviarse.
"Esa opción vertiginosa y multifocal fue la precisa y la más apropiada a lo que pretendía contar. Se trataba de configurar una comedia de equivocaciones, aunque sea una comedia un poco negra en el resultado, con africano incluido. Para ello tenía que dejarme llevar, yo mismo, por un cierto azar dentro de la narración, un azar que terminara envolviendo a los protagonistas, conformando los azares y cabos sueltos de la trama, que al final se amarran por su cuenta y con consecuencias insospechadas", cuenta el autor de "La bestia en casa".
Por esto, renunció a viejos esquemas y simplemente siguió su instinto a la hora de escribir, entrando a todo camino que se abriera, aunque con un tema que siempre permaneció de fondo: La fidelidad. "Mis personajes luchan por mantenerse en un derrotero, ser fieles a un tercero, pero algo se tuerce en sus pretensiones. Y lo mismo pasa con sus grandes propósitos doctrinarios o ideológicos. Lo auténticamente humano es, creo, esta propensión de cada uno a fijarse grandes propósitos o estándares morales, y luego tener que luchar para estar a la altura de ellos", explica.
Pero esas ideas y la multiplicidad de caminos no le impidieron entrar a uno en que, de alguna manera, se dio un gusto: Plasmar en la historia sus más ácidos cuestionamientos al mundo editorial y a la serie de personajes que orbitan en torno a éste.
"Hay gente que se la pasa de cóctel en cóctel, fotografiándose para la página de vida social, y jamás lee los libros a cuyo lanzamiento asiste", critica, recordando la escena en que su protagonista encara a un librero que cuestiona una de sus novelas, aunque obviamente no la leyó.
Y profundiza: "En ámbitos editoriales más desarrollados que el nuestro, estas opciones tan gregarias tienden a quedar de lado y lo relevante es el libro en sí, no el autor ni sus cuitas, o su colon irritable, o sus neuras. Un escritor no es lo mismo que un rockero o una actriz. Me irrita un poco la insistencia en convertirlo en algo parecido".
Tal vez por lo mismo es que prefiere el perfil promocional con que su novela ha llegado a librerías, por sobre el de los superventas nacionales que también han publicado sus más recientes obras en las últimas semanas.
"Todo autor espera que su novela sea leída por la mayor cantidad de gente posible, y que esa gente la comente. Ojalá, incluso, que se la recomiende a otros", dice. Sin embargo, para Collyer eso tiene un límite: "Siendo estrictos, me parecería un horror que mi cara anduviera circulando con el Transantiago".