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1977

Con inteligencia, valentía y elegancia, y ahora llamada Ana Tijoux, levanta un disco de asombroso sello personal y sale bien parada de una aventura que a muchos compositores se les desbanda por la pendiente de una autorreferencia opaca y aburrida.

15 de Noviembre de 2009 | 21:58 |

Parece un detalle, pero constituye una opción gráfica elocuente: Anita Tijoux, que aquí es Ana Tijoux, empuña un micrófono en la foto de carátula del disco más autobiográfico en el que ha trabajado hasta ahora, el de mayor carácter autoral, aquél en el que las rimas que salen de su boca necesitan de ese aparato como un amplificador natural para su visión de mundo, como si el micrófono fuese ya una prótesis indivisible de su cuerpo. Es en rimas que la chilena prefiere revisar lo que otros creadores jóvenes eligen hoy plasmar en novelas o películas. Y si Anita Tijoux ya había cometido un atrevimiento admirable al desembarazar al rap de las rigideces de género en Kaos (2007), su regreso al cauce más convencional del hip-hop no es menos osado: la compositora revierte el foco social habitual en el rap para dirigirlo esta vez hacia ella misma.

Con inteligencia, valentía y elegancia, levanta un disco de asombroso sello personal, y sale bien parada de una aventura que a muchos compositores se les desbanda por la pendiente de una autorreferencia opaca y aburrida. No necesariamente conocemos mejor a Anita Tijoux con 1977, pero nos queda categóricamente clara la mirada desde la que hoy ella elige hacer música en Chile y el proceso que ha seguido para forjarla. Los versos de manifiesto artístico salpican varias composiciones, y se enlazan a una poderosa autoafirmación en "Partir de cero": "Mi estanque se llena sólo cuando le pongo tinta / Ya no freno, sólo acelero de forma distinta / Lo que te capacita es la potencia que te habita". "Sube" es un preciso manual de lecciones para rimadores conscientes ("Apuntar las ideas / Escribir de todo lo que vives lo que veas / aprieta del gatillo y entona lo que creas / Siempre será noble la tarea"), y en "Obstáculos" están las mejores respuestas que Anita nunca dio en entrevistas sobre su proceso de avance desde el fin de Makiza ("el camino del solista no se empieza del todo sola"). Pero es "Crisis de un MC" la pieza central de este disco, y su importancia la confirma el hecho de que se incluyan dos versiones (una de ellas, junto a los imbatibles Cómo Asesinar a Felipes), pero también la perspectiva de asombrosa madurez narrativa desde la que la autora la elabora. Como una cronista omnisciente, Anita describe las visicitudes del rimador profesional, y elabora un retrato crudo y a la vez solidario sobre su desafío cotidiano: "Crisis de hombres, crisis de MCs, crisis de humanos con cicatrices que rimando descubrieron sus directrices [...] / No se siente poeta ni cantante / sólo rima para el público / Escucha su voz en el parlante, y hay algo disonante", sintetiza, y uno recuerda los cuadros equivalentes que sobre pianistas, payasos y obreros melancólicos elaboraron antes desde Billy Joel a Víctor Jara.

Debiésemos deternos sobre el cuidado trabajo de bases de este disco, y la diversidad de texturas y timbres trabajada por un equipo de productores que acomoda a estas rimas entre sampleos y mezclas que prefieren el diseño adecuado a cada tema (la percusión que larga "La nueva condena", el piano y los coros sobre los que se apoya "El pie izquierdo", el crescendo eléctrico de "Humanidad", las trompetas de "1977") antes que la fórmula homogénea. Pero es tan asombrosa la coherencia de estos versos que se hace inevitable interpretar el disco completo a través suyo. Es la propia Anita Tijoux la que ha elegido levantar un disco con sus vivencias como centro -en la propia "1977" la sucesión de sus juegos de infancia, sus descubrimientos adolescentes, su despertar adulto construyen una canción de memorias de una finura pocas veces antes escuchada en Chile-, y desde ahí sólo podemos aplaudir no sólo a este disco como obra, sino también al camino que la ha llevado hasta aquí.

—Marisol García
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