Tuvo alguna vez el nombre fatal de world music, pero la música hecha en la periferia del Primer Mundo se afirma hoy en otro anglicismo más justo y menos paternalista: el de crossover. No hablamos de audiencias sino de géneros: Concha Buika carga en su biografía con la esencia del cruce entre referencias y mundos; desde sus ancestros de Guinea Ecuatorial a su vida en Palma de Mallorca (era la única negra en un barrio gitano), y una vida profesional afianzada entre Madrid y Las Vegas (¡como imitadora de Tina Turner!). La llamada "niña de fuego" de la copla ha encontrado en el camino a otro trasplantado: Chucho Valdés, cubano de vida cosmopolita, y filiación genética al piano y la combinación de influencias. Ya una colaboración entre ambas aparecía como una ocasión vibrante, pero El último trago es aún más excepcional: es Concha, es Chucho y es Chavela Vargas, de cuyo cancionero el dúo toma trece títulos (incluyendo "Luz de luna", "Somos" y el que da nombre al disco), para convertirlos en algo nuevo y probablemente pionero.
El diario El País bautizó el híbrido como "copla afrocubana con sabor a tequila". Si hubiera que asociarlo con algo más conocido, lo acercaríamos al jazz afrolatino: los arreglos de Valdés sobre el piano marcan el cauce del sonido, y la voz de Buika prefiere esta vez ajustarse al todo con elegancia y mesura, antes que con el destemple que pone los pelos de punta cuando canta Chavela Vargas.
El canto de Buika es hermoso y con carácter, aunque, por momentos, parezca excesivamente brillante y pise con fuerza el área de corrección adulta cuando se mezcla con la trompeta de Carlos Saruy en "Luz de luna". No está mal, en lo absoluto: el disco es una celebración finísima para los 90 años de Chavela Vargas, y también para el camino recorrido por sus intérpretes. Pero hay audiencias que se asombran con la mezcla cuidada, y audiencias que esperan la sorpresa de un sonido que nazca de una cierta incomodidad. Éste es un disco para el primer tipo de público.
—Marisol García