Sentada al borde del escenario, Camila Moreno tocó el cuatro venezolano y cantó a su manera: apasionada.
Christian ZúñigaLuces como luciérnagas se toman el escenario a oscuras. El Teatro Oriente está al acecho, colmado, esperando anoche ansioso que parta el concierto donde Camila Moreno, la cantautora nominada este año a un Grammy Latino por el single "Millones", presente su álbum debut Almismotiempo, mezcla de folclor chileno fusionado con pop. Las luces que pululan entre penumbras son de la banda Los Disfruto y de la propia Camila, que mueven diminutas linternas mientras se hilvanan los primeros versos de "Hago crecer".
Es una pequeña sinfonía de voces y ruidos que va tomando forma hasta transformarse en un movimiento telúrico que arranca aplausos, pero también las primeras dudas de un montaje arriesgado, que incluye bailarinas entre los músicos. Tanto movimiento sobre el escenario parece encabritar los equipos y cables. Zumbidos y sonidos crepitantes contaminan el audio.
Pero Camila Moreno, decidida y carismática en escena -con sorprendente cancha transformó en chistes las molestias por la calidad sonora-, consiguió vencer las dificultades. Y sucedió porque la mixtura que propone representa con orgullo y decisión a una novel generación de artistas nacionales que abraza el legado de Violeta Parra y Víctor Jara, y lo funde sin temores, con tonalidades ligadas al pop y al rock, sin que ninguna de las partes pierda identidad en la transa.
Camila siguió con canciones como "Pericona", marcada por impetuosos trazos chilotes, e invitados como Francisca Valenzuela y Manuel García, para reversionar "Tigres de mi sangre" y "Antes que", en una cita que la consagró como una estrella naciente.