Marco Antonio Solís es dueño de la noche en Arena Movistar.
El MercurioEstán las estrellas mexicanas de la canción y está Marco Antonio Solís, amo y señor de una dimensión literalmente religiosa. Lo suyo no es hacer sólo conciertos, sino ofrecer liturgias y palabras cargadas de espiritualidad. Con el Movistar Arena con gente hasta en la última fila, Solís hizo lo de siempre: un concierto impecable.
Para Marco Antonio la divinidad es un invitado permanente no sólo en la música -abrió con "Dios bendiga nuestro amor"-, sino en el diálogo con el público, donde se desdobla en un registro grave, pastoso, a diferencia de sus canciones, marcadas por un tono prístino e inalterable por décadas. El efecto karaoke fue inmediato en "El peor de mis fracasos", "Mi amor secreto" y "O me voy o te vas", todas vibrantes, aunque un peldaño más abajo de la magnífica interpretación de "Recuerdos, tristeza y soledad", un absoluto clásico de su repertorio.
Pero no todo fue temas para llorar. Solís sabe de equilibrios, así que también hizo bailar con cuerpo de baile y pasajes donde se convirtió en percusionista y eventual bailarín, sin que su melena aleonada se desordenara. Todo estudiado, todo calculado con frialdad, pero cálido en escena, siempre atento al mensaje superior. A la intención de transmitir confort a sus oyentes, como un sacerdote que busca la felicidad de sus feligreses.