Cuando la banda del músico nordestino desarrolló ritmos de raíz como el baiao, el maracatú o el samba, fue vibrante. Cuando exploró en sonidos a partir de objetos, no igualó esa misma altura.
Andrea RoblesNunca antes un nombre y una figura hubieran calzado con tanta justeza en un contexto como éste. En vísperas navideñas, es el señor Pascoal quien está en el escenario y su sola imagen reactiva el inconsciente colectivo del público: 73 años, pequeño, redondo y con una grandiosa barba blanca. Es Hermeto Pascoal, el "músico más impresionante del mundo" según Miles Davis, quien reparte generoso regalos sónicos junto a su septeto de música "inesperada".
Fue el adjetivo que utilizó en los días previos a su actuación aquí, después de quince años. Inesperado es todo, incluso para el propio Hermeto: "No sé lo que va a pasar si sigo tocando esta melodía así...", dice una canción que inventa ahí mismo en el teclado, con una letra deschavetada. Nada de lo que imagina un público puede acercarse a los planes que tiene en mente el compositor, improvisador y multi-instrumentista brasileño.
Además de la base instrumental de jazz y fusión de su conjunto, compuesta por saxofones de todos los registros, piano, bajo y batería; también pueden sonar una tetera, un cuerno de vaca tropical, un par de sillas, un juguete de hule y hasta las gárgaras en una copa de agua resuelven una improvisación a la manera "hermética".
El músico es magnético. Trae consigo un ADN riquísimo en ritmos y armonías desde el nordeste brasileño, donde nació y, por eso, por mucho que la música sea sumamente contemporánea y vanguardista aún para los parámetros de este siglo, jamás dejan de asomar allí la propulsión del baião, el maracatú pernambucano o el samba carioca, tocados con viola caipira, una bellísima sanfona de madera (acordeón de botones) o pandeiros variados. El sincretismo es sensacional.
Pascoal está acompañado por músicos históricos como el bajista Itiberê Zwarg o colaboradores más recientes, como la cantante Aline Morena, su mujer, de 29 años, que es como una Arlette Jequier gaúcha. Ella, igual de inesperada que todo lo que ocurre en torno a Pascoal: canta con gran precisión en los segmentos más complejos, pero parece desafinar en las melodías más simples.
Su acto de zapateos, percusión sobre su cuerpo y canto imposible acompañado por una sinfonía de botellas sopladas fue el punto más alto de una noche tal vez demasiado espectacular en cuanto a curiosidades y extravagancias, que tuvo cuatro regresos al escenario ante la devoción del público y que pudo tener muchos más. No olvidemos que Hermeto Pascoal fue el hombre que escribió una canción para cada día del año. Y en Santiago se le vio totalmente inspirado.