Inalterable: Marc Anthony juega con la facha y el movimiento de guapo de barrio que juega en las grandes ligas, pero que no olvida el origen y la sangre.
Foto: Juan Eduardo López.Las luces se apagan, el retraso y la impaciencia es evidente. La voz del animador da la bienvenida y multicolores proyecciones ocupan la fachada del hotel Monticello como telón. Es un bello espectáculo, pero los aplausos son correctos antes que efusivos, porque la gente no ha recorrido decenas de kilómetros por luces, sino por un par de estrellas, dos de las más grandes del firmamento latino. Entonces, la orquesta de Marc Anthony se lanza, una maquinaria compacta y certera para hilvanar la peculiar salsa del neoyorquino de origen portorriqueño, esa receta que mezcla ritmo, caderas y lágrimas por despecho. Porque la música de Marc Anthony es para bailar y sufrir, todo a la vez.
El artista ataca con "Valió la pena" y el público, sobre todo la galería colmada de fanáticas que chillan y corea cada línea, conecta de inmediato con un espectáculo sin yerros, tónica habitual de Marc Anthony en Chile. El personaje sigue inalterable: la facha y el movimiento de guapo de barrio que juega en las grandes ligas, que ha crecido hasta convertirse en un imprescindible, pero que no olvida el origen y la sangre. Marc gira sobre sí mismo, cubre todo el escenario, se agita, lleva el ritmo en las manos como si fuera un boxeador que practica con su sombra, en un gesto muscular que exuda electricidad y entrega.
La galería extiende sus gritos para "Y hubo alguien", otro ejemplo de cómo este artista mezcla drama y baile en cuotas exactas, un alquimista que conoce a la perfección las dosis que debe barajar. Para "Hasta que te conocí", otro paradigma de baile y letra sentida como bolero, deja que el público entone, arme su karaoke y sienta que la noche es suya. El grito de "mijito rico" es la respuesta de la galería, mientras la platea se levanta y baila.
En el clímax, aparece Jennifer Lopez, con un albo y vaporoso vestido que se levanta con la brisa de la noche. Sonríe, se besa ligeramente con su marido. La orquesta desenfunda los acordes de "No me ames". J Lo mira de reojo un estratégico teleprompter, baila, da vueltas, y de nuevo observa de soslayo la pantalla que indica la letra de la canción. Para "Escapémonos", el último tema de la noche, los dos ensayan pasos de salsa. Jennifer grita "gracias, Chile" y se despiden. Minutos más tarde la noche de Monticello se ilumina con fuegos artificiales y la visita histórica queda inscrita en la memoria.