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The suburbs

Los canadienses no tienen nada de la solemnidad semipredicadora de U2 ni la confusión existencial de Radiohead. Arcade Fire ha llegado a su adultez enarbolando el excepcional logro de hacer que la épica generacional suene fresca e imaginativa.

13 de Agosto de 2010 | 15:08 |
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Como «una carta desde los suburbios» en los que pasaron su infancia han definido algunos integrantes de Arcade Fire su tercer álbum, cuyo revuelo el grupo habría sido incapaz de predecir hace apenas dos años. A falta de alternativas, Arcade Fire ha llenado el cupo a "la" banda adulta inteligente del año (The National avanza por los palos) y parece dispuesta a asumir el cetro con la prestancia de un grupo seguro en una identidad ya reconocible.

Es rock eléctrico liberado de corsés estructurales, ritmos ordenados más por quiebres que por pulsos continuos, alternancia de voces (las del matrimonio entre Win Butler y Régine Chassagne) y arreglos amplios aunque no orquestados (no es éste el rock sinfónico de, por ejemplo, E.L.O., sino un sonido que se aprovecha de violines y bronces para potenciar la fuerza de su base eléctrica y vocal).

Fue tan conmovedora la marca primigenia de Funeral (2004), que muchos fans han elegido ver a los sucesivas ediciones de Arcade Fire como intentos vanos por recuperar ese primer impulso. Hay mucho de esnobismo en ese jucio comparativo (la graciosa actitud del «eran buenos cuando yo los descubrí»), pues Neon Bible (2007) fue un disco tan interesante como lo es ahora The suburbs, si bien el grupo parece hoy más concentrado en una fortaleza de obra que en el brillo puntual de determinadas canciones que pareció guiar su debut.

No hay aquí un single tan inmediatamente conmovedor como "Rebellion (Lies)", pero sí una energía bien repartida a lo largo de los 16 temas. Si acumula tensión en cortes como "Empty room" o "Month of May" (esta última, una canción que perfectamente podría cantar Neil Young), sabe cómo soltarla luego en "Wasted hours" o "Suburban war", canciones en la que la nostalgia que guía al disco completo toma la forma de rasgueos pausados, vocales extendidas, plumillas sobre los platillos y letras desoladas sobre el paso del tiempo.

Incluso un tema tan inesperado como "Sprawll II" —una canción semibailable cantada en agudo y que va en crescendo hasta terminar mutando a algo que podría ser "Heart of glass"— refuerza la hermosa incomodidad de canciones que se van afirmando entre sí. Arcade Fire no tiene nada de la solemnidad semipredicadora desde la que canta U2 ni la confusión existencial que caracteriza a Radiohead (dos bandas con las que suele comparárseles), sino que ha llegado a su adultez enarbolando el excepcional logro de hacer que la épica generacional suene fresca, imaginativa y, pese a su contundencia, de una inasible fragilidad.

—Marisol García

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