Pudieron pasar por sinfónicos en la edad del rock sinfónico, progresivos en la era progresiva y desde luego glamorosos por definición en pleno glam rock, entre esas y otras escuelas inscritas en el manual de estilo de rock de los años '70. Pero todas ésas serán siempre impresiones a primera vista. A poco andar con Queen siempre queda claro que el plan, tal como está declarado en el título de uno de sus elepés, fue jugar el juego, pero un juego propio antes que de nadie más. La reedición de los dos discos de grandes éxitos de la banda inglesa, programada para los primeros días de este nuevo año como obertura de las celebraciones de su cuadragésimo aniversario, lo viene a confirmar ahora en retrospectiva.
Estas nuevas versiones remasterizadas vienen con ciertos cambios de orden respecto del original primer Greatest hits (1981) y con el repertorio fiel al segundo Greatest hits (1991). Y el repertorio de Queen es pruebra de una lógica propia. Un mismo sonido es transversal a distintos discos de la banda: el sello sinfónico que se hace grandilocuente pero espléndido en "Bohemian rhapsody" (de A night at the opera, 1975) reaparece en esa hermana menor de la misma canción que siempre fue "Bicycle race" (de Jazz, 1978) y ya está anunciado en los estupendos arreglos vocales de "Killer queen" (de Sheer heart attack, 1974), otro sello inconfundible del grupo. Al contrario y al mismo tiempo, distintos sonidos pueden coxistir en un mismo disco: el funk adictivo firmado por el bajista John Deacon en "Another one bites the dust" y el ejercicio de rock and roll clásico de "Crazy little thing called love" (las dos de The game, 1980) parecen éxitos de distintos grupos. Y sin embargo, por distintas que parezcan, son canciones que corresponden a la misma identidad, como pasa en otro doble ejemplo entre el cántico de guerra con guitarras eléctricas en llamas al modo de gaitas escocesas de "We will rock you" y el cliché universal que Queen se anotó con "We are the champions" (las dos de News of the world, 1977).
El mismo primer volumen es prueba clara de las variedades de las que fue capaz el grupo. Está el himno de rock de piano para estadios de "Somebody to love" (de A day at the races, 1976), aunque en la misma liga falta "Love of my life" (1975). Y está la primera transformación de Queen a un pop nuevo, sin perder todavía sus bases, como suena en "Play the game" (The game, 1980), recalcada en el olfato pop absoluto de "Flash" (de Flash Gordon, 1981), acercamiento emblemático de Queen al cine de aventuras de su tiempo. A modo de transición, en "Don't stop me now" (de Jazz, 1978) queda advertido el divismo que pronto el cantante Freddie Mercury transformará en sello personal definitivo, y ya el segundo volumen contiene el delaración ochentera en conjunto con David Bowie de "Under pressure" (de Hot space, 1982). Que de ese mismo LP falte la incitante "Body language" es una señal de cómo el grupo iba a perder filo con el tiempo. Es el tránsito abrupto al rock pretencioso de "It's a hard life", anodino en "Radio ga ga" y artificial en esa guitarra que alguna vez fue electrizante y que queda reducida a un chicle de fruta pegajoso con el que Brian May se ensucia las manos en el solo de "I want to break free", todo eso en el disco The works (1984). Queen confirma ese rumbo en "A kind of magic" (de A kind of magic, 1986), y aunque a ratos tiende a recuperar su sello más estimulante en la melodía de "Friends will be friends" (1986) o en el rock épico de guitarras y melena permanente de Brian May en "One vision" (1986) y "I want it all" (1989), el sonido se encamina al ocaso en canciones más recientes como "Breakthru" y "Miracle" (de The miracle, 1989), "Innuendo" y "I'm going slightly mad" (de Innuendo, 1991). Hoy este ya no es un grupo: es una marca registrada, pero la presente doble reedición permite volver a revisar su historia a la luz de las canciones y comprobar que, más allá de los altibajos, el juego estuvo siempre a su favor.