Renovar el rock y sus modos de promoción no puede ser un desafío puramente formal (MP3 de más o de menos, digamos) sino el resultado de una revisión profunda a sus bases creativas, incluyendo las temáticas. En una escucha descuidada a nadie le parecerá que este disco de guitarras eléctricas y canto entonado sea vanguardia, pero PJ Harvey levanta con él todo un nuevo modo de composición rockera, vinculada a su tiempo y urgencias circundantes.
Entendemos Let England shake como un disco de concepto, acaso como el primer álbum-crónica de nuestra época. A partir de la lectura de testimonios de soldados británicos en Irak y Afganistán, y el estudio del trabajo de fotoperiodistas en Medio Oriente, la cantautora estructura una narración profunda sobre las guerras en curso –sus motivaciones, sus bajas, su estela de desastre– que termina siendo un canto de lamento sobre los valores de una identidad nacional perdida. En estas canciones, Inglaterra es un país destructor y autodestructivo, que por igual descuida sus recursos naturales y la vida de sus jóvenes, y cuyo pueblo atestigua con una mezcla de resignación y morbo la caída de soldados como "pedazos de carne". En el diario The Independent, el crítico Andy Gill habla de este disco como "el retrato de una tierra natal como un país construido sobre sangre y lucha; más que un Estado policial, una nación esclava del emprendimiento militar, sin importar lo impotente y derrochador que eso se ha vuelto. Un lugar paralizado por los fantasmas de su pasado imperial".
Let England shake responde, por eso, a un nuevo foco de Harvey como autora, ya no derivado de la introspección –este disco está en las antípodas sonoras del tranquilo White chalk (2007) – sino de una mirada hacia el exterior que suena a urgencia y decepción. No es la furia antigua del Rid of me (1993), sino una fuerza filtrada por su madurez como arregladora. Harvey se aprovecha de las posibilidades del clavicordio, calma sus gritos juveniles, juega con la versatilidad de su voz y confía en viejos colaboradores (Mick Harvey, John Parish, Flood) para guiar la melodía de canciones de una electricidad contenida, a veces suave pero nunca tibia. No hay aquí canciones pop, pero tampoco entregas áridas, difíciles de entender. Cosa curiosa: en su disco menos personal, PJ Harvey termina siendo más inquietante que nunca; y las canciones más profundas de su carrera parecen, también, las más cercanas.
—Marisol García