Como fotógrafo, el director tiene una especial predilección por los objetos y registros que aparecen de forma inexplicable en su camino.
ReutersLONDRES.- El reconocido director de cine Wim Wenders es también un fotógrafo de exquisita sensibilidad para el misterio de las cosas, como lo demuestra la exposición que acaba de inaugurarse en la galería Haunch of Venison, de Londres.
"Places, Strange and Quiet" reúne cerca de cuarenta imágenes, en color y en blanco y negro, y de distintos tamaños —algunas rozan los 4,5 metros de ancho—, captadas entre 1983 y el año en curso.
Son imágenes de distintos lugares del mundo: Desde Salvador de Bahía (Brasil), hasta Palermo (Italia), pasando por Onomichi (Japón), Berlín, Brisbane (Australia) o Armenia, además de EE.UU., país que conoce muy bien y cuyos inmensos espacios siempre le han fascinado.
"Cuando uno viaja mucho, y cuando a uno le gusta errabundear y perderse, puede acabar en los sitios más extraños. Yo siento una enorme atracción por esos lugares. Ya cuando miro un mapa, los nombres de las montañas, las aldeas, lo ríos o los lagos, me excitan siempre, incluso cuando no los conozca o no haya estado allí antes", explica el cineasta nacido en Düsseldorf, en 1945.
"Parece que se ha agudizado mi olfato por las cosas que están fuera de lugar. Y si todo el mundo gira a la derecha porque le parece interesante, yo me vuelvo hacia la izquierda, donde no hay nada. Y seguro que de pronto me encuentro en uno de esos lugares. No sé. Es como si tuviese un radar interno que me dirige a lugares extrañamente tranquilos o de una serena extrañeza".
A juzgar por los trabajos que expone en Londres hasta el 14 de mayo, Wenders siente una gran atracción por las imágenes incongruentes o inexplicables, como puede ser un lavatorio adosado a un muro callejero y con una toalla que cuelga al lado, en un lugar de Armenia, o dos cruces que marcan sendos entierros a pocos metros de la pantalla de un autocine abandonado de Texas.
También le atraen los arrabales de las ciudades, los edificios semiderruidos, las pinturas callejeras, los cementerios en cualquier rincón de la ciudad o perdidos en el campo, las norias de ferias herrumbrosas y destartaladas, o las letras que surgen de pronto en medio de la nada, como las de un alfabeto armenio que parecen esculturas en el desierto.
Le fascinan igualmente los inmensos panoramas del atardecer, como el del puerto japonés de Onomichi, con los últimos rayos de sol que iluminan el brazo de mar y los tejados de la ciudad, o la presencia de un diminuto helicóptero que parece perdido en la inmensidad del cielo y el océano.
Wenders, que pudo desarrollar su afición por la fotografía mientras buscaba escenarios originales para su filme "París-Texas" y en el que se nota la influencia de ese gran artista del espacio y la soledad que es el pintor Edward Hopper, parece sentir una especial querencia por los espacios abandonados en los que queda, sin embargo, aún una huella de la presencia humana.
Y tiene además una pasión por el color rojo, que, en fuerte contraste con los tonos azulados de muchas imágenes, capta inmediatamente la atención: Ya sea en las sillas de un cine al aire libre en Palermo, en las manchas de una fachada en Berlín, en el vestido de una mujer en la cubierta de un acorazado, o en las pinturas en un túnel subterráneo en la ciudad alemana de Wuppertal.