No es casual la cantidad de entrevistas de Nacho Vegas dispersas por la red. Como todo compositor respetable, sus canciones dejan tal cantidad de interrogantes en el oyente que el primer impulso es ir a preguntarle el sentido de las letras al propio autor. Pero, a diferencia de sus admirados Bob Dylan o Tom Waits, él intentará ayudar a entender su música. Por ejemplo, que el título del disco apela al automovilismo y al lugar de la pista más complicado para el arranque de la carrera. O que cuando fue a México junto a Christina Rosevinge (tienen un EP conjunto, Verano fatal, editado en 2007), les recomendaron conocer el mercado de Sonora, pero al mismo tiempo les dijeron "no les conviene ir". O que "Taberneros" es la columna central del álbum.
Y si bien esta información, especialmente la última, sirve para entender La zona sucia, no queda más remedio que aceptar que sus canciones son "inexplicables". En el sentido que sólo pueden entenderse viviendo dentro de ellas, cantándolas, involucrándose. Al menos con Nacho Vegas, el protagonista de sus letras es quien las escucha.
Así, dependiendo del auditor, el disco puede ser una colección de canciones de (des)amor despiadadas. Pero también una reflexión sobre la destrucción de los vínculos afectivos entre amigos o padres e hijos. O incluso una parábola del renovado miedo al fin de mundo. Lo cierto es que a nivel musical por un lado ganó la sencillez en la construcción de las canciones. También hay cierta aproximación a la canción popular mexicana (ojo con el "Ay de mí" de "Cuando te canses de mí") o a clásicos como "Un velero llamado libertad" de José Luis Perales en el estribillo de "Reloj sin manecillas"). Pero sobre todo se destacan temas enormes como "La gran broma final" donde se describe el desfondamiento emocional comparándolo con las torres gemelas de Nueva York o con dar entrevistas mientras el mundo se cae en mil pedazos. También la mencionada "El mercado de Sonora" (que explora magistralmente el imaginario pagano latinoamericano) y "Lo que comen las brujas" una especie de canción infantil donde utiliza uno de sus recursos favoritos: el coro de niños al estilo "The wall". Lentamente va emergiendo el resto de las canciones que, particularmente en este disco, crece a medida que se escucha. Algunos llaman a eso madurez compositiva.