El buen hip-hop de los Beastie Boys amenazaba con ser un activo asociado únicamente a los años noventa, con escasos dos discos desde Hello nasty (1998) y una serie de distracciones personales en sus integrantes que se agravaron hace dos años con el diagnóstico de cáncer de Adam Yauch. El buen pulso de Hot sauce commitee –un título dividido en dos volúmenes, con el segundo de ellos como el más difundido– es, por lo tanto, buena nueva para sus fans pero también para una banda que con esto justifica de sobra mantener el esfuerzo. Su trabajo aparece no sólo tan vital como en sus cumbres de hace dos décadas, sino que también suena fresco, actualizado, apoyado en sutiles pero efectivos giros que revigorizan una marca de estilo distintiva y aún ingeniosa.
La base de corte, pega y samplea es, por supuesto, la dominante en este disco de estricto hip-hop de vieja escuela, con giros puntuales hacia el punk ("Lee Majors come again") y el reggae (en la estupenda "Don't play no game that I can't win", con Santogold como invitada), y sobre el cual los juegos vocales del trío siguen siendo un ejercicio pulido e impredecible. Su fuente de sampleos es infinita, y combina melodías amables con citas inquietantes (como las voces infantiles de "Crazy ass shit"), sobre las cuales el grupo no pretende parecer ni más profundo, ni más adulto, ni más reflexivo que antes. El humor y el desparpajo de lo que algunos han llamado "nerdy rap" es parte del encanto de los Beastie Boys, un grupo consciente de su trayectoria («Oh, Dios mío / mírame / el abuelo rapea desde el 83», riman en la fantástica "Too many rappers", junto a Nas), pero no para descansar sobre ella sino para afirmar su identidad con lo mismo que los ha hecho disfrutar desde sus tempranos veinte años.