BERLÍN.- "El tiempo para mi música aún está por llegar": las palabras de
Gustav Mahler, famoso en vida como director pero incomprendido como compositor, cobran un sentido profético ante el aniversario por los
100 años de su muerte.
El segundo "año Mahler" consecutivo -en 2010 se celebraron los 150 años de su nacimiento- deja claro hasta qué punto la obra del músico austriaco sigue ganando actualidad y enamorando a cada vez más adeptos en todo el mundo.
Tal vez con una demora que ni siquiera el propio Mahler pudo imaginar: su fama como compositor comenzó a despegar sólo en los años '60.
Gustav Mahler, nacido el 7 de julio de 1860 en la Bohemia actualmente checa y fallecido el 18 de mayo de 1911 en Viena, vuelve ocupar ahora el centro del mundo musical.
La mano que guía las celebraciones por el aniversario no podría ser más prestigiosa:
Claudio Abbado dirigirá mañana la Filarmónica de Berlín en un concierto extraordinario transmitido en vivo por televisión.
El italiano, sucesor del mítico Herbert von Karajan al frente de la Filarmónica entre 1989 y 2002, dirigirá el adagio de la décima sinfonía y la "Canción de la Tierra", con Anne Sophie von Otter y Jonas Kaufmann.
También festivales como el Beethoven en Bonn o el de Rheingau homenajearán a Mahler y a Franz Liszt -se cumplen 200 años de su muerte-, mientras que en el festival Mahler de Leipzig se interpretarán todas sus sinfonías. Este interés era impensable hace medio siglo, cuando Mahler era considerado una figura epigonal a gigantes como Bruckner o Wagner.
La posguerra comenzó a alumbrar la verdadera dimensión del genio y su influencia en figuras clave del siglo XX como Schnberg, Webern o Shostakovich. Directores como Leonard Bernstein se ocuparon de que su música ganara espacio en las salas de concierto de todo el mundo.
"Atemporal", se definió el propio Mahler. "Soñador ajeno al mundo", lo describió Richard Strauss. Pero también un director sin concesiones con una concepción revolucionaria que, por ejemplo, convirtió a sus cantantes en actores y colaboró con una nueva forma de entender la
régie lírica.
"Inauguró una nueva época en el arte de la ópera, teniendo siempre en mente el espectáculo", escribió el crítico Jrgen Kesting. Aun más rompedor fue su aporte compositivo. Partiendo de la escuela de Bruckner, Mahler transfiguró marchas, danzas y canciones populares para convertirlas en formas nuevas.
Nueve sinfonías
Según el musicólogo Carl Dahlhaus, no prestaba atención "a la frontera entre la música como arte y la ’música trivial’". Hoy se le llama "cross-over". Como en tantos otros casos ilustres en la historia de la música, la vida no premió esa capacidad visionaria. Mahler, ya infeliz con trabajo como director, sufrió una catástrofe sentimental a mediados de 1910, cuando se enteró de que su mujer, Alma, tenía una relación con el joven arquitecto Walter Gropius.
La muerte de su hija, su salida de la Hofoper vienesa y el diagnóstico de una afección cardíaca coincidieron con su obras más geniales, la "Canción de la Tierra", la novena sinfonía y la décima, inconclusa. Mahler murió en 1911 de una infección en el corazón. Tras un breve interés por su obra a comienzos de los años 20, la larga noche nazi aplastó su legado. "Las nueve sinfonías de Mahler quedan vetadas en los conciertos alemanes como obra de un judío", señala la "Guía de conciertos Meyer" en 1937.
Fue el punto más bajo en la apreciación de un compositor que hoy, por segundo año consecutivo, demuestra que por fin ha llegado "el tiempo para su música".