Exactos 90 minutos duró el show del cuarteto norteamericano.
Ciro Peralta, EmolSANTIAGO.- Un verdadero manto negro es el que parece cubrir las tribunas de la Arena Movistar, donde sólo los rostros de los asistentes ofrecen una tonalidad distinta. El color está tanto en las poleras de viejos y nuevos metaleros, como en las convencionales vestiduras de quienes hasta hace poco estaban en la oficina. Cualquier advertencia de "no fumar", en tanto, es letra muerta.
El ambiente es la mesa servida para un nuevo concierto de Slayer en Chile, una sesión con características de ritual, al que asistieron más de diez mil personas en el recinto de Parque O'Higgins.
El grupo norteamericano apareció en escena a las 22:00 horas, tras 40 minutos de teloneo de los nacionales Thornafire. "World Painted Blood", de su disco del mismo título (2009), es la primera descarga, y a partir de entonces las energías que fluyen son diversas.
Está la potencia catártica del thrash, la cita con una institución del género en el mundo (no por nada formaron parte de la cumbre "The Big Four" en 2010), y el reencuentro con un chileno de origen, que no oculta la carga emotiva que hay en esto de volver a presentarse en el país que figura en su partida de nacimiento.
"¡Hola po!", saluda Tom Araya, tras algunos segundos recorriendo con la mirada las tribunas, las mismas de donde emerge el grito de "chileno". El bajista y líder de la agrupación agradece en un español clarísimo, insuficiente para explicar su cancionero, pero que basta y sobra para conectar al público con chilenismos. "Ya po, se están pasando", responde en una celebrada intervención.
Luego, la banda que completan el guitarrista Kerry King, el baterista Dave Lombardo y el invitado Gary Holt (guitarrista de Exodus que reemplaza al convaleciente Jeff Hannemann), se pasea por un repertorio que mezcla temas más recientes como "Americon" con otros de larga data como "Dead Skin Mask" (del disco de 1990 Seasons in the Abyss).
En todos ellos la combinación es la clásica: Distorsiones, destreza instrumental con buenas dosis de acrobacia, y kilos de actitud, en un maridaje que no altera su fórmula en tres décadas (salvo por la posición más calma de Araya, a quien los médicos prohibieron el headbanging tras una operación a la columna).
El cierre llegó con el clásico "Angel of Death" (del álbum Reign in blood, de 1986), tras exactos 90 minutos de un show que no tuvo "bis", en una maniobra que provocó la inicial confusión de la audiencia.
El paso del grupo por Chile finalizará mañana, cuando cumplan con su primera actuación en Viña del Mar, la ciudad natal de Tom Araya y que ya no lo declarará hijo ilustre (aunque sí le harán un reconocimiento). El bajista, en tanto, seguirá en el país por cerca de una semana, para celebrar en familia sus 50 años, el próximo lunes 6.