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Santiago vivo

16 de Junio de 2011 | 10:12 |
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El mismo clarinente que Andrés Pérez utilizó en la Quinta Vergara de Viña del Mar para acompañar a Sting en su versión de “Englishman in New York”, se oye aquí por única vez en la composición “Bandera 1940”. No es un ejercicio de estilismo musical ni mucho menos un relato costumbrista. Es un ejercicio de investigación realizado por este saxofonista, porque advierte que en esos tiempos el jazz se tocaba con tres instrumentos de viento fundamentales: trompeta, trombón y clarinete. El saxofón vino a tomar su protagonismo bastante tiempo después. De modo que el clarinete y “Bandera 1940” son una vía de acceso a una antigua ciudad a escala humana, que entonces no llegaba a su primer millón de habitantes.

No vamos a descubrir ahora la caótica organización de esta gran urbe, medio siglo después. El propio Andrés Pérez se concentra en apuntarlo luego con el saxo tenor, su instrumento principal, en las manos. Entre ese tranquilo paseo con clarinete y las salvajes sesiones de “Mapocho actual” hay un contraste demasiado acentuado, pero en el fondo es la representación de todo lo que puede contener una capital latinoamericana en pleno proceso de crecimiento vertical y extensivo. Andrés Pérez se para en la esquina de las calles Bandera y Mapocho, que es la coordenada desde donde inicia la narración. A partir de ese paisaje expondrá sus magníficas composiciones y adelantadas improvisaciones, acompañado siempre por su pricipal socio, el saxofonista alto Cristián Gallardo. La sección rítmica del quinteto está formada por Mauricio Rodríguez (guitarra), Marcelo Córdova (contrabajo) y Carlos Cortés (batería).

Santiago es palpitante según Pérez. Sus baladas y piezas en tempos medidos “Paulina”,  “Memorias” y “Canta tristeza” (que incluye su voz) equilibran las velocidades cuando el quinteto se arroja más tarde a una intensidad demoledora en “Santiago 7 PM”, la hora en que ese colpaso en las calles alcanza su mayor cota. Los sorprendentes contrapuntos de “Imágenes” y el pulsante hard bop de “Atenalp” (reversión de un tema escrito para el grupo Contracuarteto) completan la propuesta de un músico que está mirando todo desde los viejos barrios de Mapocho e Independencia, con gran respeto por la historia, y que de paso reubica el saxofón en su rol protagónico, como arma fundamental de un jazz que en Chile nunca había sido más moderno y creativo como hoy.

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