Sería injusto que Natalia Contesse terminase agrupada junto a las muchas cantautoras jóvenes que hoy levantan sus primeras canciones con partes iguales de pop y raíz chilena. Su primer álbum no es sólo de una sorprendente solidez para una debutante en la edición solista, sino que demuestra una depuración de ideas que se intuyen largamente pensadas, trabajadas e investigadas. A sus 33 años de edad —y tras el paso por agrupaciones como Los Obreros del Ritmo, Venaraíz y Detucunaatutumba—, Natalia Contesse no se apuró en publicar un primer disco, pero el que al fin presenta es de una irrebatible contundencia.
Su biografía promocional habla de encuentros definitorios con maestros como Alfonso Rubio, Patricia Chavarría y Margot Loyola —«en su ausencia he confirmado el verdadero sentido que agita nuestros latidos», le dedica a esta última en unas décimas con su nombre, que asocian admiración y preocupación por la Naturaleza— en los años de preparación de su voz creadora. Esa investigación la ha dejado de pie, firme, en la doble vía que ha sostenido a nuestros mejores cantautores: por un lado, el canto al desengaño amoroso como motor del sentimiento versificado y, por el otro, la articulación de una opinión política desde amplios valores humanistas y ecologistas.
"Ay que si, ay que no" e "Imposible te dijera" ejemplifican el primer caso: canciones con aires de tonada que avanzan sobre amores difíciles relatados con atractiva gracia femenina. Luego, la crítica es perspicaz y clara en "Aysén y Arauco" o en la estupenda "Décimas al agua", composiciones sobre asuntos candentes del lucro con los recursos naturales chilenos levantadas sin eslóganes, y que se acoplan cómodamente a un disco de cuerdas y voz en el que las referencias al valor de la Tierra están por todos lados, como parte esencial de la mirada de mundo de una cantautora que, pese a la dulzura de su timbre, no permite que uno la escuche a la ligera.