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En el sonido y la fórmula

A velocidad suicida por las cuerdas, Zakk Wylde es un guitarrista impresionante en su parafernalia rockera. Esta es su banda y ante un Teatro Caupolicán eufórico, demostró su valía.

09 de Agosto de 2011 | 10:01 |
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Calaveras y diablitos. Zakk Wylde lidera al grupo Black Label Society con un despliegue técnico en la guitarra de alto impacto.

Viviana Morales

Zakk Wylde dice que ahora las órdenes las da él, no como cuando era el guitarrista estrella de Ozzy Osbourne. Con Black Label Society, la ruda banda que comanda desde fines de los '90 donde su nombre es el único fijo, esa consigna resulta absoluta. En el cuarteto todo está pensado para que su figura destaque ampliamente sobre el resto. Así, es su feroz técnica y no el conjunto lo que sobresale. Con el Teatro Caupolicán colmado, aunque habilitado de manera parcial -sólo la cancha y un sector pequeño de galerías-, el guitarrista estadounidense demostró sus indiscutidas cualidades como estrella del heavy metal: resume talento de virtuoso y estampa intimidante. También fue patente por qué BLS seguirá siendo un nombre digno de respeto, pero difícilmente estelar.

Para Wylde, el género se reduce a riffs de ronca tonalidad, musculares y agresivos ciento por ciento. Están entramados de tal manera que en escasos segundos puede intercalar breves pero fulminantes solos de aullantes notas. Fue su marca registrada mientras estuvo con Ozzy, por cierto, detalle heredado de Randy Rhoads. Pero el truco lo atrapa.

Que se desplace a velocidad suicida por las cuerdas de su guitarra con pose de guerrero vikingo dispuesto a arrasar es el mejor malabar posible para sus fanáticos. Es indiscutidamente impresionante su parafernalia. Taladra oídos con los agudos, como de inmediato pasa a unos rugidos telúricos. Deslumbra la primera vez que lo hace, y la segunda, y la tercera. Pero cuando es una pirueta repetida como mantra, empieza a aburrir.

Aunque Wylde matiza con algunos pasajes al teclado, y pese a que las biografías digan que también practica el rock sureño, al menos anoche fue un patadón de heavy metal sin descanso y menos matices. No hubo pasajes desenchufados como se esperaba a propósito del último álbum, The song remains not the same (2011), sólo sobredosis de un metal engolosinado en el sonido y la fórmula.

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