Casi inmóvil en el escenario, Souza dejó que fueran las canciones las que hicieran toda la tarea, en la velada que reabrió el Oriente.
Felipe GonzálezNo hay altos ni bajos. No hay curvas ni desvíos, aceleraciones o frenazos. Todo aquí transcurre de forma regular y estable, avanzando a velocidad continua mientras los demás vehículos sobrepasan raudos por los costados. La linealidad es irrenunciable y, por momentos, algo incómoda y monótona.
De esa forma, y sin más alternativas, la brasileña Karen Souza mostró esta noche de jueves sus cartas como intérprete de jazz, en la reapertura del Teatro Oriente. Precedida del relativo éxito que en la década pasada alcanzaron sus versiones para populares temas del rock y el pop, el tiempo también se encargó de relegar esas piezas a cocteles y bares, como telón de fondo para las conversaciones y el ruido de copas.
La tendencia no fue casual. Porque en esas canciones estaba la novedad, la frescura y el atrevimiento que les permitieron llamar la atención de la vanguardia, pero también una estandarización tan arraigada que temprano acabó por añejarlas.
Porque, en rigor, lo que hace Souza con piezas como "Every breathe you take" (Sting), "Space cowboy" (Jamiroquai), "Creep" (Radiohead), "Da you think I'm sexy?" (Rod Stewart) y "Do you really want to hurt me" (Culture Club), no es el trabajo creativo de releerlas, sino la mecánica de pasarlas por un filtro. Un colador en cuyas rejillas hay partículas de bebop, bossa nova y toques de swing, que hacen del resultado algo marcadamente homogéneo.
Salvo algunos momentos de su pianista, ni siquiera se aprecia una particular destreza en su trío de músicos, que es lo que suele sacar a flote a un conjunto de jazz cuando otras piezas del engranaje no están funcionando. Es cierto que Karen Souza canta a un nivel más que aceptable, pero su voz no resalta tanto por técnica o capacidades, sino más bien por su textura y elegancia. De presencia escénica, mejor ni hablar.
En ese escenario, no fue raro que a poco andar comenzaran a escucharse algunos cuchicheos entre el público, en tipos en que el ímpetu de conversar fue superior al de escuchar. Tal vez sea porque efectivamente en la propuesta de Souza haya cierta vocación por estar en el fondo, como música incidental de encuentros, happy hours, vinos de honor o simples esperas, que es a lo máximo que puede aspirar una canción cuando apenas pretende agradar.