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Raúl Ruiz, el cineasta chileno más influyente, prolífico y olvidado

Como la trama inexplicable de alguna de sus cintas, es difícil encontrar respuestas a cómo el realizador más importante del cine nacional, haya sido tan poco representado en vida en su propio país.

19 de Agosto de 2011 | 10:11 | Felipe Vásquez N., Emol
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Raúl Ruiz (1941-2011) salió de su natal Puerto Montt para convertirse en un cineasta de referencia en el medio cinematográfico europeo.

Sergio Alfonso López, El Mercurio

SANTIAGO.- Podría decirse que, al menos en Chile, Raúl Ruiz fue olvidado en vida. No puede explicarse de otra forma que su primer trabajo audiovisual, el cortometraje "La maleta" (1963), hubiese tenido que esperar 45 años en un baúl de recuerdos antes de poder llegar a una pantalla, cuando fue exhibido como "estreno" en el Festival de Valdivia del 2008.

El caso de aquel trabajo, en el que ya se esbozaba la valentía de Ruiz para tratar su cine con libertad y sin convencionalismos, es emblemático sobre lo que con los años sucedería con su obra, tan difícil -a veces imposible- de hallar en el propio país que lo vio nacer.

Su nombre de inmediato sale de las bocas a la hora de mencionar al realizador fundamental de la cinematografía local, pese a que probablemente sea uno de los cineastas menos vistos por el público local. Sus películas han quedado inexplicablemente reservadas para un pequeño círculo de privilegio que, con ingenio, han llegado a visionar sus trabajos chilenos como "La expropiación" y, en menor medida, "Diálogos de exiliados". Y ahí aparece "Palomita blanca", otra cinta que tardó décadas en tener un estreno comercial formal en Chile, aunque explicado principalmente por el silencio cultural en dictadura.

Aquellos primeros trabajos realizados en Chile fueron la plataforma de su despegue en Europa. Ya radicado en Francia, su filmografía fue creciendo como pocos realizadores en la historia han podido contar. Nunca pasó un año sin que una nueva película de Raúl Ruiz -como mínimo- llegase a alguna pantalla europea, una abundancia de celuloide que mantenía una altura artística celebrada por críticos y en festivales.

Pese a que en 1969 había obtenido el Leopardo de Oro en Locarno por "Tres tristes tigres", su carrera europea comenzó a ser celebrada en 1980 con el premio César al mejor cortometraje por "Coloquio de perros", iniciando el recorrido de estatuillas que aumentaría con el pasar de los anillos.

Ningún otro cineasta chileno ha logrado competir en las máximas categorías de los festivales de Venecia, Cannes -cuatro veces- y Berlín, y menos haber sido reconocido con premios a su trayectoria tanto en la capital alemana como en Roma. Pero la influencia que llegó a tener en la comunidad cinematográfica europea, no alcanza a quedar totalmente demostrada en la cantidad de galardones que acumuló.

Conceptos como "tiempo" o "espacio", tan enfáticamente explicados en el grueso de la producción cinematográfica, para Ruiz eran como cubos con los que jugaba en sus cintas, marcadamente irónicas y oníricas. Su innovación difícilmente puede ser rastreable en influencia de otros cineastas, pues su visión venía más bien de su acervo cultural impresionante, alimentado desde la literatura, que reflejó en su adaptación de Marcel Proust en "Los tiempos recobrados", y las artes plásticas, cuyo amor explicitó en la cinta sobre Gustav Klimt en colaboración con John Malkovich.

Ruiz no conocía fronteras y filmaba donde pudiese obtener una cámara, muchas veces sin tener demasiado claro cuál sería el resultado. Su método no podría llamarse improvisación, pues el control lo tenía. Su método era simplemente ruiziano. Y esta característica un tanto nómade de su cine lo llevó a saltar de un país a otro en la recta final de su carrera.

Su último gran trabajo, "Misterios de Lisboa", lo llevó a sumergirse en la historia portuguesa para crear un mastodonte fílmico de 272 minutos, elogiado por críticos, premiado en Francia -con el Louis Delluc-, Sao Paulo y San Sebastián. Y jamás estrenado en Chile, en ningún tipo de formato.

Esa obsesión por estar detrás de una cámara y alimentarse del cine, pudo incluso más que la enfermedad que lo tuvo en delicada condición de salud en los últimos dos años. En abril de este año, con su habitual bajo perfil, pasó por Chile para filmar "La noche de enfrente", que se encontraba en proceso de montaje y por ahora es imposible definir si llegará alguna vez a ver la luz. Y también ideaba otra épica cinta portuguesa titulada "As Linhas de Torres", que lo reuniría una vez más con Malkovich. Quizás fue ese apetito por seguir haciendo cine hasta el final lo que hizo que su muerte resultase más sorpresiva. Quedaron muchos sueños que contar.

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