El subgénero del pop orquestado es hoy cosecha generosa, con decenas de destacados ejemplos; y en ella sigue siendo Beirut uno de los mejores cultivos. Con pulsos más o menos acelerados, el grupo de Nuevo México articula siempre de un modo fresco, sin empalago, los sonidos de secuencias y cuerdas eléctricas con líneas de corno, tuba, piano, ukelele y acordeón. No es la suya la pompa de las grandes secciones de cuerdas ni intrincadas partituras, sino la riqueza de canciones que han buscado fuera de lo convencional el modo de hacerse más amables y coloridas.
Éste es un disco tranquilo, melancólico, de baladas que suenan a vida adulta (pese a que su precoz autor recién va en los 25 años) y cada vez más cerca del mundo estadounidense que de aquel lejano folclor balcánico que inspiró a Zach Condon en sus inicios. La voz de ese autor es un cautivante instrumento en sí misma, un registro sin edad, profundo incluso cuando se ocupa de temas cotidianos, cuya calidez no logra borrar del todo su pizca de excentricidad. Aunque se trata de piezas cuya sobriedad no le acomoda al brillo radial, en temas como "Goshen", acomodado sobre piano —como Paul McCartney, como Radiohead—, Beirut parece una banda de gran épica, destinada a la fama y la emoción de las masas.