Incluso las más altas cumbres de las nuevas cantautoras brasileras apenas se atisban desde Chile: la cordillera esconde su figura y su sonido, y una histórica distancia de la rica escena musical en portugués nos impide mantenernos al día con una oferta que merece tanto o más atención que la que le damos a otros países. Por qué Katy Perry es más famosa acá que María Rita es un misterio que daría para un largo ensayo, del que no se descartan deprimentes conclusiones.
Como sea, Thais Gulin invita a un oído atento y cuanto antes. Llegamos a ella por la hermosa compañía que le presta a Chico Buarque en uno de los temas de su último disco, Chico, y nos enteramos luego que el dúo se vive también en el día a día pues son novios y colaboradores habituales. Gulin tiene 30 años, contaba ya con un disco previo, pero dice que recién ahora se siente firme en lo que cree es su propia voz. Su talento es el de una intérprete cálida y un desprejuiciada arregladora, mas no —aún— el de una compositora: los temas de este disco han salido de la fábrica autoral de gente como Tom Zé, Jards Macalé, Waly Salomão, Adriana Calcanhotto y el propio Chico Buarque; porque por falta de contactos parece que Thais no se queda. La diversidad de plumas se aúna en un criterio instrumental parejo y fresco, deudor de la samba y del pop, con infinidad de timbres (llama la atención el descanso en varios bronces) y la percusión ágil como guía de trabajo. Incluso cuando más dan ganas de bailarla, la música de Thais Gulin no puede desprenderse de su inherente melancolía. Es el tipo de misterios que hace irresistible lo carioca.