A los 52 años, la cantante de pop y R
Héctor AravenaNo dejó casi ninguno de sus grandes éxitos sin cantar en vivo, pero no por eso el segundo de los shows con que Sade debutó en Santiago esta semana fue una pura apuesta a la nostalgia. La cantante británica-nigeriana ofreció un espectáculo extenso durante más de dos horas de música en el que combinó grandes éxitos de los '80 y '90, canciones más recientes de su carrera y sobre todo un cuidado a toda prueba por la puesta en escena del show.
Estilizado. Ése es el adjetivo que mejor define el espectáculo con el que la cantante sedujo a una Arena Movistar casi copada en su capacidad por una mayoría absoluta de público adulto joven y adulto a secas, las edades más apropiadas para apreciar el cargamento innegable de impactos radiales que Sade consiguió en las emisoras FM locales de los años '80 y de mediados de los '90. Y lo sugerente de su exitosa fusión de música pop y soul es sólo parte del carácter estilizado que la cantante imprime al concierto.
Desde el primer minuto queda claro que el escenario va ser un recurso central del show. Y es un escenario que nunca se queda quieto, ya sea por efecto de la iluminación, de la ubicación de sus ocho músicos en escena, de una escenografía a base de bloques que suben y bajan o de compuertas que se abren y se cierran, de telones gigantescos en constante movimiento y de un arsenal de proyecciones audiovisuales. Tanto es así que la escenografía postula con claridad a ser el elemento más dinámico del concierto de Sade, porque el repertorio está por el contrario sujeto a ser una demostración de fidelidad completa al sonido original de sus canciones.
Ya sea con una canción reciente como "Soldier of love" de su disco de 2010 o con hits ochenteros tan reconocibles como "Smooth operator" (1984) o "The sweetest taboo" (1985), Sade y sus hombres apuestan por recrear nota a nota las versiones originales de ese repertorio. Y esa base es coherente con una cantante que lejos de representar sus actuales cincuenta y dos años se ve igual de fiel a la imagen de sus videoclips de hace un par de décadas, en un efecto que resulta es casi prodigioso.
Con una imagen y un sonido que son recreación fiel del original, Sade desplegó veintidós canciones, generó delirio con la incitación sensual de "Is it a crime", subió el pulso con "Like paradise" y "Nothing can come between us", cosechó declaraciones de amor de todos los calibres, de hombres y de mujeres y en inglés y castellano con "No ordinary love" y terminó envuelta en ovaciones con "Cherish the day" a la hora del bis, para demostrar de paso que con el espectáculo más estilizado y sin desbordes sobre el escenario es posible provocar en el público la entrega más apasionada.