Ganarse comparaciones es el riesgo inevitable de quien decide componer en tiempos de sobreabundancia musical e informativa. En sus primeros dos discos, Fernando Milagros las tuvo, pero supo que mientras alguien lo encontraba parecido a Davendra Banhart él iba puliendo un sonido que en algún momento adquiriría identidad completa. Ese momento ha llegado con San Sebastián, su tercer álbum, un trabajo consistente, sobre todo, por cómo deja que aflore la voz autoral del chileno y distinga los rasgos ya incomparables de sus estupendas canciones. El auge actual de la cantautoría joven hecha en nuestro país tienta a algunos medios por definiciones colectivas, pero en Milagros lo evidente es mucho más la distinción que el rasgo gremial compartido.
En sus referencias estéticas y en sus ricas imágenes poéticas, San Sebastián suena a Norte Grande, a paisajes inabarcables, a nostalgias ancestrales y a otra serie de grandes causas que el propio Milagros dice no tener idea de dónde salieron. Flujo de la conciencia, lo llaman. Es éste el disco de un autor adulto, que ya no se contenta con levantar una canción correctamente compuesta, sino que busca dotarla de peso específico, y lo hace con mayor aplomo del que probablemente él tenga conciencia.
Los efectos eléctricos superpuestos de “Soltar”, los cantos nostálgicos sobre ukelele o piano (“Angelito”, “Canción de otro tiempo”) o la épica narración sobre batería fracturada de “Rey mayor” son recursos no necesariamente innovadores, pero sí seguros, poderosos y que de inmediato transmiten una coherencia sonora. Incluso su avanzada pop en los dos temas cantados a dúo con la española Christina Rosenvinge no pueden alejarlo demasiado de una esencia oscura, introspectiva y solemne, que es tan propia como cautivante.
Muchos de estos temas ganan fuerza pasado el minuto, imponiendo hacia el final una solemnidad que no pasa por su estribillo —no son estas canciones siempre tarareables, aunque también las hay—, sino por la altura a la que pueden llegar a elevarse. A Milagros le gusta creer que tras el concepto de su nuevo disco hay algo así como un folclor de ciencia ficción, deudor en partes iguales del paisaje y la tierra que de la imaginación futurista. Quizás así sea, pero esa lectura referencial es secundaria. Lo primero que deja este disco en el oído es la impresión que se escucha a un creador que ha encontrado un cauce propio y que avanza seguro sobre él.