De músico electrónico a estrella pop. Así es el proceso que ha vivido el francés David Guetta en sus años de circo. Del DJ que experimentaba con sus bases en los clubes de Europa, a simple vista parece quedar poco en el hombre que hoy se pasea entre los flashazos que llueven sobre la alfombra roja de los premios MTV. Pero Nothing but the beat, el más reciente disco del autor de "When love takes over", parece sugerir que la mutación no es tan absoluta, y que en el Guetta actual conviven dos corrientes de la electrónica de masas tratando de dialogar. El álbum fue editado este año en formato doble, y la determinación pocas veces se ha visto tan apropiada.
Porque el "Vocal album" y el "Electronic album" de NBTB pueden asemejarse en los ingredientes y la firma, pero también se distancian en notorias diferencias. En el primero, un ejército de colaboradores en la línea de Usher, Chris Brown, Lil Wayne y Jennifer Hudson prestan sus voces para piezas prefabricadas y plagadas de lugares comunes, con una tosquedad que recuerda a los momentos más bajos del eurodance. Ni siquiera la pista de baile parece un buen lugar para temas de energía sin control, que seguramente caerán del cielo en los parlantes de un gimnasio o un juego de Tagadá.
En contraparte, el disco electrónico parece hacer una diferencia sutil, aunque de efecto radical: El conjunto pretende quedar bien con muchos, pero no con todos. Así, el francés reorienta su vocación de masas a un trabajo que se digiere fácilmente, pero en el que se ha permitido experimentar algo más con sus elementos habituales. Son canciones hechas para la juerga digital de la mayoría, que no pretenden llegar al espacio acotado de los clubes, sino a multitudes de bailarines. No hay mayor novedad en lo que se escucha, pero sí queda la certeza de que, en Guetta, aún vive un artista detrás del fabricante.