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Noel Gallagher's High Flying Birds

El mayor de los hermanos Gallagher debuta en solitario con un disco que nuevamente muestra su oficio, aunque replicando una vez más el sonido de sus últimos años junto a Oasis.

23 de Diciembre de 2011 | 13:02 |
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Es posible que las obras por las que Noel Gallagher pasará a la historia del rock se reduzcan a Definitely maybe (1994), (What's the story) Morning glory? (1995) y algunas canciones aisladas como "The Masterplan" o colaboraciones como "Let forever be". El resto de su discografía sería un comentario a pie de página sostenido por su autodeclarada devoción por los Beatles, la invasión británica de los sesenta, Burt Bacharach, Pink Floyd, Neil Young y el country/rock estadounidense. Nada de ambiciones experimentales o aventuras con destino incierto.

Ni siquiera se detectan intenciones de volver a la cima con "esa canción que ni Lennon-McCartney olvidaron componer" (cita recurrente en la prensa inglesa de los noventa). Podemos aventurar que desde el fallido Be here now, —a pesar de ser un disco más que aceptable—, Oasis y su forma de construir canciones se cristalizaron de la misma forma que Some Girls (1978) lo hizo con los Rolling Stones.

Así, el debut solista del mayor de los Gallagher no hace nada por romper este marco. Canciones como "(I wanna live in a dream on my) Record machine" o "Stop the clocks", obedecen a ese rock "monumental" de ritmo aletargado y guitarras eléctricas que hacen un buen contrapunto a las cosas más folk, como "Everybody's on the run". Un estilo que dominaba los últimos discos de su ex banda y que a los fans les encantará. De hecho se complementa perfecto con lo que ha publicado Liam Gallagher.

Está claro que a Noel —un tipo inteligente y con un conocimiento avanzado de la historia del pop— le gusta componer así. Es más: si singles como "The death of you and me" son tan clasicistas es porque su política de sonido apunta hacia ese ritmo marchante, el estribillo dramático, el aire baladístico a lo Ray Davies. Aunque, considerando lo que hizo entre 1993 y 1997 —donde pasó del shoegaze al rock de estadios, pasando por el pop orquestado— no debería costarle mucho esfuerzo escribir hits destinados al éxito comercial. O quizá ése sea precisamente su problema.

—Juan Carlos Ramírez

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