SANTIAGO.- "Encantado de conocerlos. Éste es mi primer maldito show aquí. Somos una banda desde hace mucho, tenemos muchas canciones. ¿Ustedes no quieren un show corto, verdad?", dice Dave Grohl en los primeros momentos de la presentación con que Foo Fighters cierra la edición 2012 de Lollapalooza. Los más de 30 mil asistentes contestan y el líder del grupo extiende el juego unos segundos, hasta que él mismo se responde prometiendo dejarlo todo porque "nunca hemos estado aquí y no sabemos si volveremos".
En boca de otros podría sonar a consigna populista para ganarse a la audiencia, pero en el caso de Grohl no hay más alternativa que creerle, porque el ex Nirvana y los suyos simplemente las hicieron todas en su debut en Chile, poniendo de paso un broche dorado a la segunda edición local del festival.
La promesa no se cumplió sólo a nivel de repertorio, con un paseo por todos los álbumes y éxitos del grupo, sino también en la entrega derrochada sobre todo por Grohl, motor artístico, moral y organizacional de la banda.
Así, el líder de Foo Fighters presentó uno por uno a sus compañeros, con solo incluido y dando a entender que ésta no es sólo una banda de rock, sino también una cofradía de amigotes. Con el público, en tanto, se permitió bromear a su antojo, incluido más de un "cállense" cuando ya se había entrado en confianza.
Pero la escena simbólica de este buen tipo del rock se produjo en la exitosa "Monkey wrench", cuando subió a sus hombros a una niña del público y luego la invitó a disfrutar del show con un adulto, en un costado del escenario.
Eso, además de corridas en una pasarela y jugarretas varias, seis bloques de LED coronando el escenario, e interacciones por pantalla desde camarines, constituyeron el entorno en que Foo Fighters desplegó un amplio abanico de temas, con espacio para las ya añosas "Breakout", "My hero" y "Learn to fly", y otras del reciente disco Wasting light (2011) como "White limo", "Arlandria", "Walk" y "These days".
Un cover de "In the flesh", de Pink Floyd e interpretado por el baterista Taylor Hawkins, y otro de "Bad reputation" junto a la misma Joan Jett, complementaron el repertorio.
El recorrido demuestra el modo en que Foo Fighters se las ha arreglado para dar con un sonido refrescante y sin dudas propio en el mundo del hard rock, y parir piezas destinadas al éxito a lo largo de siete discos, sin caer en la autorreferencia y el enjuague.
En vivo, la energía de esas canciones sorprende, en parte gracias al poderío de una banda en que la mitad de sus seis engranajes están asignados a la guitarra. Pero también gracias a la entrega de los músicos, nuevamente liderados por Grohl en este ítem, pero ahora bien secundado por Hawkins, un baterista tan lúdico como excelente y vital, baquetas en manos.
Sin embargo, no siempre aquello pudo apreciarse con claridad, culpa de un sonido mal calibrado que se hizo problemático sobre todo para quienes estaban algo más lejos del escenario o en los costados del mismo. Tanto fue así, que parte del público pidió "volumen" en más de una ocasión.
Pero si eso puede ser un "imponderable", otras caídas son un "imperdonable", como ocurrió con la torpeza local de proyectar la transmisión de TVN en el inicio, lo que produjo que durante extensos segundos por las pantallas no se viera a los músicos, sino a Ignacio Franzani y Jean Phillipe Cretton.
Ambas fallas fueron luego corregidas (una mejor que otra), lo que despejó el camino para que Foo Fighters siguiera con su incansable performance, con la que demostraron que desde la electricidad y la potencia también se puede hacer un show entrañable.