Con actitud precisa, y un registro grave y fantasmal, Faris Badwan lideró a The Horrors en su paso por el Club Chocolate.
Cristián Soto L.Síntoma de los nuevos tiempos: Grupo británico, dueños del mejor disco de 2012 según los bien considerados premios NME (dejando atrás a portentos como Noel Gallagher y Arctic Monkeys), discoteca de Bellavista y menos de mil personas en el público.
¿Mala señal? En absoluto. Simple signo de racionalización de una escena que saludablemente se acostumbra a recibir a más grupos de los que incluso su propio mercado soporta.
Eso es lo que ocurrió hoy con The Horrors, la gran revelación del pop británico en las últimas temporadas, y que esta noche de miércoles clavó en Chile la bandera del fenómeno que protagoniza en Europa.
Amparado en un cien por ciento en el material de sus últimos dos discos (el primero lo abandonaron por respetable falta de feeling), el quinteto se plantó en el escenario del Club Chocolate para presentar una propuesta de evidentes raíces en las vertientes más oscuras de los años 80 y 90, desde el post punk de los más tempranos The Cure, hasta el noise que My Bloody Valentine patentó en el esencial disco Loveless, de 1991.
Así lo dejaron en claro en temas como "I can see through you", "Changing the rain" y "Still life", entre otros que los han ubicado como un eslabón contemporáneo de géneros pretéritos, aunque con una traducción que en ningún caso apela al simple revisionismo, sino a lecturas absolutamente refrescadas, sobre todo en el rol preponderante que juegan los teclados y secuencias de Tom Cowan.
En primer plano, en tanto, bajista y guitarrista (este último más enfocado en las atmósferas que en el lucimiento) secundan con peinados a lo Ramones al cantante Faris Badwan, un intérprete de voz grave y fantasmal, oscuro representante de la generación pitillo, que suple con una actitud precisa (su despliegue está lejos de la generosidad y el entusiasmo) el brillo escaso de un registro que es de todos modos suficiente y satisfactorio para la apuesta.
Así, fue cerca de una hora y 15 minutos la que el quinteto dedicó a recrear sus discos Primary Colours (2009) y Skying (2011), en una visita que seguro fue apenas un primer saludo, antes de regresar con un crecimiento desde ya anticipable, y una convocatoria que no será menos que el correlato de un futuro en el que se vislumbra toda la luminosidad que su estética evade.