Es obvio que es ciencia. Antropología, musicología y etnografía son para empezar las tres disciplinas desarrolladas por María Ester Grebe Vicuña, antropóloga y etnomusicóloga de la Universidad de Chile, nacida en 1928 y reconocida como una investigadora fundamental en el estudio de los pueblos originarios del país. Y lo que hay en estos discos es la evidencia de esas investigaciones, con una recopilación de parte de los registros en terreno que realizó en las regiones de Arica y Parinacota y de Tarapacá entre 1976 y 1983, recuperados y editados por el colectivo de investigadores y realizadores Etnomedia.
Es ciencia, pero no es una concesión reconocer lo que hay de sentimiento en estas grabaciones valiosas. Antes de cualquier elaboración académica a partir de ellos, sólo escucharlos es el privilegio de conocer de primera fuente la tradición viva de la música del altiplano. María Ester Grebe recorrió en 1976 y 1977 lugares como Matilla, Pisiga o Isluga en la región de Tarapacá y con su grabadora magnetofónica registró a cultores y conjuntos, no sólo en música sino también en relatos y descripciones de costumbres, como se oye ahora en el primer volumen de esta colección.
Basta que una señora llamada Ángela Ceballos Bejarano, viuda de Medina, entone aquí a capella una melodía de carnaval o el canto de la cuculí, que es el nombre de la tortolita cuyana (Columbina picui), para activar una serie de planos posibles en paralelo a esa voz. Uno es la presencia de esa tórtola en el paisaje real del altiplano. Otro, la presencia invisible de la música que es posible adivinar como acompañamiento para la melodía que hace Ángela Ceballos. Otro, la imagen del carnaval real que ese canto trae consigo. Lo mismo pasa con los relatos de Apolonio Choque o de Faustino Castro, y se multiplica en los registros de varios grupos incluidos aquí.
Esos grupos son comparsas o tropas de lakitas o sikuris, es decir ejecutantes de lakas, sikus o zampoñas. Tocan huaynos, dianas o despedidas, marchas y también un par de cumbias, según ellos mismos describen a María Ester Grebe. Y en esos diálogos le cuentan además que han caminado dos días a pie para llegar a la fiesta de San Roque en Isluga, en octubre de 1976, o le explican que usan zampoñas plásticas cuando ella les pregunta si son pintadas a mano. "Cómo las vamos a pintar por dentro", le responde uno. "Ésas son importadas por Zona Franca", le dice otro, orgulloso además del huayno que tocan. "Eso lo inventamos entre todos. Eso no lo trajo ningún artista. Nosotros lo inventamos".
La calidad de las grabaciones es precaria y algunos diálogos rayan en lo ininteligible por el mal estado manifiesto de los originales: viejas cintas magnetofónicas almacenadas durante más de treinta años y no en las mejores condiciones, como queda claro al escucharlas. A cambio, los editores plantean una estructura que a ratos funciona casi como un guión argumental, como cuando al final de un diálogo María Ester Grebe pregunta "¿Cómo se llaman ustedes?" y, luego de la respuesta "comparsa de lakitas, de Chiapa", viene un silencio y la misma comparsa se pone a tocar: la percusión constante y el soplido colectivo de zampoñas o lakas. En esas condiciones lo precario del registro original otorga un mérito doble a las tareas de análisis, clasificación, edición y postproducción cumplidas para llegar a escuchar estos archivos de audio perdidos y reencontrados, y para apreciar la doble propiedad que tiene una grabación de esta naturaleza: invocar al pasado, en la tradición, y al mismo tiempo al futuro, en la persistencia de las actuales comparsas de lakas que mantienen viva esta raíz.