SANTIAGO.- "Quentin no había sido siempre rey, ni de Fillory ni de ningún otro sitio. Ninguno de ellos lo había sido. Quentin se había criado como una persona normal, sin capacidad para la magia ni nada que ver con la realeza, en Brooklyn, en lo que, a pesar de todo, seguía considerando el mundo real. Habría creído que Fillory era una ficción, una tierra encantada que existía sólo como marco de una serie de novelas fantasiosas para niños. Pero luego había aprendido a hacer magia en un colegio secreto llamado Brakebills, y él y sus amigos habían descubierto que Fillory era verdadera".
La descripción parece alguna clase de extraño híbrido entre "Las Crónicas de Narnia" y "Harry Potter", pero se trata de "El bosque mágico" (Ediciones B, $13.000), del escritor estadounidense Lev Grossman, que es la esperada secuela de "Los magos", primera entrega de esta historia que se mueve entre dos mundos.
Si en la primera novela el lector conoció a Quentin, Janet, Julia y Eliot, y asistió a su llegada a la tierra de Fillory ―"un lugar más siniestro y peligroso en la vida real que en los libros"―, en "El bosque mágico" ocurre algo tan inesperado como angustiante: Quentin y Julia de repente se encuentran de regreso en el deprimente mundo de Massachussetts, despojados de todo poder y atributos reales. ¿Qué ha pasado? Y sobre todo, ¿cómo podrán regresar?
La manera en que Lev Grossman construye esta historia de corte fantástico es básicamente a partir de una mirada realista, en la que la magia es practicada por seres de carne y hueso, presos de debilidades y contradicciones; donde la violencia es real y muchas veces tiene consecuencias irreversibles; el bien y el mal no se entienden como episodios en blanco y negro; y el amor es menos inocente de lo que cuentan los libros.
A través de esta historia, Grossman intenta ofrecer una mirada diferente al mundo de lo fantástico, y lo logra. Es cosa de entrar a las mágicas tierras de Fillory.
Lev Grossman (1969) es hijo de dos profesores ingleses y creció en Boston. Graduado de Harvard en Literatura, cursó tres años un doctorado en Literatura Comparada en Yale, antes de abandonarlo. Tras ello, se dedicó a trabajar en diversos sitios web como colaborador, escribiendo artículos sobre novelas, tecnología y cultura, hasta que en 2002 fue contratado por la revista "Time" como crítico literario y especialista en tecnología.