VIÑA DEL MAR.- Todo lo que identifica al Festival de Viña en la memoria colectiva local, y lo que los encargados de organizar la edición de turno se esmeran en replicar, fue lo que proveyó esta noche el cantante neoyorquino Romeo Santos, el autoproclamado "rey de la bachata".
Gritos bajando desde la galería hasta el palco, chillidos interminables, un coro masivo sobre cada verso, dinámicas interactivas de diversa índole, una venia al borde de la devoción y, sobre todo, un marcado culto a la personalidad a ritmo de bachata.
De todo eso incluyó la oferta del ex Aventura, un hombre que ahora en solitario volvió a plantarse como amo y señor sobre el escenario de la Quinta Vergara, tal como hiciera en 2011 junto al grupo.
Entonces los hombres de "Obsesión" parecían una verdadera novedad para buena parte de la audiencia, que en esa ocasión descubrió el fenómeno de la bachata que se instaló en el certamen, y que el año pasado aprovechó Prince Royce.
Aunque con algo menos de manoseo y de pelvis, lo que esta noche hizo Santos fue básicamente una réplica de lo expuesto aquí mismo hace dos años, cuando aún no se había decidido a sincerar un instinto de solista que era más que evidente.
Porque hubo canciones de Formula vol. 1, el disco con que formalmente abrió la etapa con nombre y apellido, pero el grueso de lo ofrecido hoy fue registrado al alero de Aventura, con temas como "Los infieles", "Por un segundo", "Dile al amor" y "Mi corazoncito" entre muchos otros.
Todos interpretados con el sello de su ex agrupación, sobre todo en la importancia de la guitarra principal, que lidera a un combo tropical que funciona como reloj, y sobre el cual Santos canta con un caudal mínimo y nasal, aunque suficiente e inconfundible.
Pero eso, al final, es casi lo de menos. Podrían haber sido cumbias o baladas, y el efecto habría sido similar, porque en el universo de Romeo nada importa tanto como él mismo. De ahí las diversas señales a "The King", la entrada desde un trono y la instalación de una corona como base de su micrófono dorado; de ahí la búsqueda del clamor de la masa, a la que domina con moral de pastor, pero con la forma de un animador de kermesse. De ahí el innecesario regalo de mil dólares al fan que mejor cantara con él, a lo Don Francisco. O a lo Farkas. Y de ahí que cantara dos horas, como si esta noche no tuviera más nombre que el suyo.
En ese marco se sucedieron las dinámicas finales, ya con una inesperada Antorcha de Plata entre manos (Santos había pedido no ser interrumpido hasta el final), que luego sería seguida por el stock completo de trofeos entregado por aclamación. Los últimos en una colección que de seguro seguirá creciendo, porque a fenómenos latinos y populares como Santos, en Viña siempre se les espera con las puertas más que abiertas.