Jorge González logró pasar a la historia de nuestra música por el verdadero retrato del Chile de los 80 que construyó en los primeros tres discos de Los Prisioneros. Piezas invaluables, cargadas de crítica social a ritmo de rock, punk y electropop, y que sin dudas están entre los indispensables del catálogo nacional. Pero ya entonces la fuerza avasalladora de temas como "Muevan las industrias", "No necesitamos banderas" o "El baile de los que sobran" estaba opacando al otro gran afluente creativo del cantautor: Sus propias problemáticas y tormentos.
Corazones (1990) destaparía definitivamente esta olla, y abriría una nueva y extensa etapa: Desde entonces hasta ahora —y obviando su valiosa producción electrónica— el mejor González ha aparecido cuando el sanmiguelino opta por mirar a sí mismo, antes que a la sociedad de nuestros días. Fue así en Jorge González (1993), El futuro se fue (1994) y Mi Destino (1999), tal como no lo fue tanto en Los Prisioneros (2003) y Manzana (2004).
De que esta tesis puede ser cierta, es prueba ahora Libro, la más reciente producción del ex Prisioneros. En ella, un confesional González vuelve a poner en los oídos de todos sus experiencias más íntimas, esta vez derivadas de su reciente separación de Loreto Otero. Es un disco sentido y profundo, que con vestiduras de apariencia sencilla sumerge a quien lo escucha en una marea de melancolía, quiebre, distancia y duelo.
Pero, como dijimos, es una sencillez sólo aparente, porque ya la apertura con "Ámate" y sus aires gospel da cuenta de una marcada atención en los arreglos impuestos a los temas, construidos principalmente sobre piano y guitarra. "Yo no estoy en condiciones", en tanto, tiene algo de la composición arrojada de El futuro se fue, aunque sin su despojo y naturalidad extremos, que sí están presentes en la perturbadora "El final de esta maldición". Como contraparte, los quiebres y superposiciones en los tiempos de "Es muy tarde" adornan a uno de los temas con más cuotas de luz dentro de un álbum absolutamente invernal.
Pero ésas, finalmente, son sólo vestiduras que casi nunca se dejan ver al escuchar Libro, un disco que logra traspasar cualquier barrera formal para asentarse donde realmente importa: La propia fibra de cada auditor. Jorge González, una vez más, demuestra que tiene el don de llegar a esa zona como muy pocos en Chile, y ratifica que una cualidad tan grande como aquélla puede desplegarse de mejor o peor manera, pero difícilmente perderse.
—Sebastián Cerda