SANTIAGO.- No era la prenda más apropiada ni mucho menos para esa hora ni para el sol que pasadas las dos de la tarde acaloraba en pleno el cemento de la elipse en el Parque O'Higgins: fue un poncho, y negro, el que Manuel García se puso encima de la camisa cuando iban tres canciones de su presentación en el festival Lollapalooza. Pero era un gesto necesario para lo que venía.
"Permiso para el folclor en Lollapalooza", dijo en ese momento el cantante chileno. "Permiso en nombre de las tierras originarias y especialmente en nombre del pueblo mapuche", agregó, antes de entonar a capella la siguiente canción con la pura compañía de un bombo percutido con el eco de algún kultrún. Fue una instantánea del concierto con que el cantante hizo una de los primeras presentaciones en este segundo día de festival y dio una nueva muestra de la estatura que ha ganado en los últimos años en la música chilena.
Iniciado como trovador con guitarra, con influencias del rock incorporadas a poco andar, y con ciertas bases electrónicas en su más reciente disco, Manuel García hoy es capaz de conjugar bien todas esas opciones en vivo. Arranca el concierto sin decir palabra con "La gran capital", una de sus canciones más tempranas y reconocidas, y luego pasa por pinceladas de sintetizadores y efectos de guitarra eléctrica, episodios acústicos como los de "Tu ventana", una balada de piano conmovedora y éxitos probados como "Alfil", con dedicatoria a los estudiantes incluida ("A ver si este año no sale la educación gratis", dijo), a tono con el año electoral que ya empezó, para redondear su bien cohesionados 45 minutos de concierto.
Dos horas antes había abierto la jornada en ese mismo escenario el trío De Saloon, ampliado a cuarteto desde ahora: una apuesta siempre segura cuando se trata de rock chileno para festivales. Aunque fue el primer número de la tarde, ya había congregada una buena cantidad de gente que coreó los numerosos éxitos radiales que este grupo ha sabido cosechar a lo largo de seis discos grabados, incluidas canciones de su reciente disco "Fortaleza" como "Cabeza de escorpión". En ella el cantante Piero Duhart deja de lado por un rato la guitarra para subrayar su condición de líder de la banda, basada en un sello de pop rock declarado con que De Saloon se ha transformado en una garantía de masas en vivo.
"Hola, lolos pelusa", fue el saludo del dúo Perrosky apenas terminado el show precedente. Encargado de inaugurar el otro escenario central, el grupo salió a cumplir su cometido con los recursos básicos que ya han fogueado en más de diez años de discos y actuaciones en vivo: batería, guitarra y armónica en manos de los hermanos Alejandro y Álvaro Gómez. Con la marca personal de haber actuado hace pocos días en la versión brasileña de Lollapalooza, en Santiago el dúo puso en práctica los distintos pulsos, más quietos o más acelerados, de su sonido rocanrolero, incluidas canciones como "Exilio", de su reciente disco "Vivos" (2012), y lograron agitar al público creciente que se congregó a verlos.
"Ojalá que se sigan haciendo festivales acá e invitando a más bandas nacionales. Hay muchas que se lo merecen más que nosotros", fue el saludo del cantante Alejandro Gómez, fiel a la inspiración colectiva que impulsa a este grupo como parte del circuito de rock independiente chileno. Las tres primeras presentaciones de esta tarde estuvieron de hecho a cargo de músicos locales, quienes, como ya es habitual, llegaron a dar pruebas concretas en vivo de lo bien que funcionan cuando son convocados a trabajar en escenarios a gran escala como lo de este festival.
Russian Red, la mezcla de perfil bohemio, pasada a humo y melancolía
Con creciente y llamativa convocatoria (llegaron a ser poco menos de mil personas diseminadas entre los pies del escenario y la lejana sombra), la española Russian Red abrió a las 12:00 horas el PlayStation Stage, mostrando una propuesta íntima que había escalado en comentarios durante las semanas previas a Lollapalooza.
En buena medida, su presencia en eventos sociales de marcas de ropa y cerveza habían ayudado a que la bola creciera, pero en su paso por el evento Lourdes Hernández (su verdadero nombre) demostró que lo suyo tiene un sustento que sobrepasa a una acotada moda.
Con un repertorio de raíces que incluso podrían ubicarse en los años 50 y 60, Russian Red alternó pasajes cercanos al soul con otros de rock más directo, al alero de un registro aterciopelado y elegante, y de los temas extraídos de sus únicos dos discos a la fecha (I love your glasses, de 2008, y Fuerteventura, de 2011).
En todos ellos, se valió de los elementos justos y necesarios para lograr el efecto deseado, con momentos sólo para la batería y la guitarra, o para voz y percusiones. De este modo, cuajó una mezcla de perfil bohemio, pasada a humo y melancolía, que en algo recuerda al de su compatriota Christina Rosenvinge, con la obvia diferencia idiomática (Hernández canta en inglés), pero también en la electricidad y carácter que esta española imprime.