Lollapalooza Chile, una vez más, cumplió con las expectativas en esta edición 2013.
Luciano Riquelme, El Mercurio.Si la primera versión osciló entre el experimento y la consecución del sueño, y la segunda tenía la presión de confirmar que lo antes vivido no era sólo fruto de un entusiasmo temporal, ya para este tercer Lollapalooza chileno no quedan dudas: Nuestro país es una plaza en la que un festival de esta magnitud se puede realizar con éxito, y la continuidad, buena salud y evolución de este evento, debieran ser los primeros síntomas que lo sigan ratificando en los años venideros.
Lollapalooza Chile, una vez más, cumplió con las expectativas en esta edición 2013, con diversos aspectos que sobresalen en el saldo final, partiendo por un nivel artístico que sigue buscando los debidos equilibrios entre las distintas líneas del cartel y las diversas propuestas musicales, pero que pese a ello no decae. Pearl Jam y el multitudinario fervor que en Chile provocan, será la postal que lo acredite esta vez, junto a la reunión entre Josh Homme, Eddie Vedder y Perry Farrell durante la presentación de Queens of the Stone Age, otro de los nombres destacados en esta edición.
The Black Keys con el cartel de "grupo del momento", A Perfect Circle saldando la deuda de años con sus fans chilenos, y Deadmau5 como el número por ver en la electrónica actual (más allá de lo limitada de su apuesta), coronan este apartado, además de una línea media con nombres tan fuertes como Franz Ferdinand, Keane, Tomahawk, Foals, Hot Chip, The Hives, Two Door Cinema Club, Of Monsters and Men, Passion Pit y Nas.
Ni siquiera las dudas en torno a la ausencia de figuras en la largada representaron un contra. Por el contrario: En esta edición, más que nunca, chilenos como Banda Conmoción, Gepe, Chancho en Piedra, Manuel García, De Saloon y Los Tres, demostraron que nuestro país tiene mucho a donde echar mano para sacar adelante una fiesta como ésta, sin desmerecer en absoluto ante los laureles de buena parte del plantel extranjero.
Tras su tercera versión, Lollapalooza demuestra que sólo falta afinar la puntería en algunos momentos (ir más allá sería entrar en una innecesaria discusión presupuestaria), pero que innegablemente el camino andado hasta ahora es el correcto. Prueba de ello son las 70 mil personas que llegaron al Parque O'Higgins en el primer día, y las casi tantas que lo hicieron el segundo. "¿Puede haber un día más?", preguntan los que miran nuestro festival en comparación con el de Chicago y el de Sao Paulo. Pero sólo plantearlo -con un dejo de celos- revela cierto desconocimiento de factores tan elementales como el tamaño del mercado. Quizás no hay aquí menos interés por la música, pero sí hay menos potenciales asistentes, por simple y natural cuestión numérica. Nada como para autoflagelarse.
Donde sí hay margen para mejorar sigue siendo en la organización y en la logística. Los puestos de comida aumentan, pero aún así colapsan en ciertos horarios, al igual que los de distribución de agua; nadie pide encarpar el parque, pero sí buscar las maneras de incrementar los espacios de sombra; en el escenario alternativo, en tanto, la multitud caminando por el suelo tierroso, hace que por momentos la polvareda transforme el aire en irrespirable. Como puntos a favor en este aspecto, figura sobre todo la nueva disposición de los escenarios centrales, que permitió visualizar a ambos desde toda la elipse, ampliando notoriamente el radio de las zonas con buena visibilidad hacia cada tarima.
El resto, detalles sobre los que los organizadores han dado pruebas de tomar apuntes, lo que esperamos ratificar no sólo el próximo año, sino durante varios más. Porque el público chileno demostró que quiere un festival como éste en su agenda, y que esa marca importada que es Lollapalooza, ya comienza a sonar cada vez más propia.