Es una bienvenida lo que da inicio al nuevo disco de Depeche Mode: la bienvenida a un mundo conocido. Welcome to my world, entona en el primero de estos versos el cantante Dave Gahan, y abre paso a una serie de canciones que representan otra vuelta de tuerca para el rumbo principal que el trío inglés ha sostenido durante al menos sus últimas dos décadas de carrera: canciones de fe y devoción, como el mismo grupo definió en el título de uno de sus discos, sobre una aproximación inconfundible hacia la música de bases electrónicas.
El principal mérito del sonido es esa identidad. Para algunos la integridad musical consiste en reinventarse cada vez: Depeche Mode vienen en cambio a poner de relieve el talento que hace falta para hacer música nueva sin abandonar un sonido propio y único. Es el sello personal y cómplice sobre todo entre la voz de David Gahan y la composición de Martin Gore, autor de diez de las trece canciones de Delta machine, una dupla que después de trece discos en treinta y tres años de trabajo conjunto ya da muestras de conocerse de memoria.
Este mismo grupo ya jubiló hace más de veinte años la supuesta dicotomía entre tecnopop y rock y aquí corrobora lo artificial de esa frontera. En la segunda canción aparece el timbre de guitarra eléctrica que Gore ha usado con eficiencia desde comienzos de los '90. Es un ritmo de slow rock con estupendos acordes el que suena en la bien llamada "Slow". Y no hay mejor palabra que "rock" para describir una canción como "Soft touch / Raw nerve", mientras por otra parte el borde electrónico llega hasta paisajes propios del house en "My little universe", una canción que a ratos parece un guiño a "French kiss" de Lil Louis y está dada para una remezcla destinada a la discoteca.
Encima de eso está la intensidad vocal de Gahan, quien canta por momentos con una proximidad tal que deja escuchar su respiración en primer plano, y cruza estas canciones con referencias al padre, al hijo, al Espíritu Santo y a la salvación del alma, o bien a un ángel y al Señor en los versos de "Angel" o "Alone". En la primera de esas canciones se oye su voz más trajinada, como la de alguna especie de profeta que divulga en el desierto un evangelio personal, y la contrapartida está en el timbre más terso y melancólico de Gore, que canta como solista en "The child inside". Con timbres de sintetizadores a veces opacos y canciones que tardan algunos segundos sugerentes en revelar su sentido rítmico en vez de venderlo de inmediato, el nuevo trabajo de Depeche Mode se perfila como un disco más denso que pop. No es un álbum poblado de hits como Music for the masses (1987) o Violator (1990), sino uno más coherente con los discos de la última década: Exciter (2001), Playing the angel (2005) y Sounds of the universe (2009). Si se trata de grandes éxitos ahí está la garantía del catálogo previo: Delta machine está listo para sumar algunas canciones nuevas a la próxima gira mundial.