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Comedown machine

Aunque atraviesa por momentos erráticos, el quinto álbum del grupo neoyorquino responde a lo que todo buen fan de éste debiera esperar.

03 de Mayo de 2013 | 10:56 |
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Es posible decir dos o tres cosas contra "One way trigger", la canción que por algún motivo este grupo neoyorquino eligió en enero para mostrar como primer anticipo de su nuevo disco. Lo que se oye ahí es el estilo de The Strokes, pero tan comprimido que parece música de videojuego. O bien: es una canción de The Strokes, pero reproducida a la velocidad errónea, más rápida y más aguda. Y, una anécdota que mucha gente desde México para abajo entendió rápido: sí, la canción tiene los mismos acordes, el mismo tono (mi menor) y hasta el mismo pulso de una de Maná, "El muelle de San Blas". No es discutible, es evidencia: un regalo en la era del mashup. Pero nada de eso es grave, porque es producción, no composición. Ni "El muelle de San Blas", casi la única canción buena de Maná, ni "One way trigger", la peor de The Strokes, están mal hechas: sólo que esta última está extrañamente producida. Y la producción, los arreglos, los timbres, los "estilos", son asuntos importantes, pero la base está en la composición, es decir la melodía, la armonía, el ritmo. Antes que todo, gracias a The Strokes por dejar tan claro este punto.

Ahora todo eso es más trivial todavía, al escuchar completo el quinto disco del grupo. Después de la sensación que causaron con Is this it (2001) y Room on fire (2003), de la solidez de First impressions of earth (2006) y de la continuidad de Angles (2011), en Comedown machine (2013) el quinteto vuelve a estar a la altura, con buenas canciones y nuevas direcciones sugeridas. Están esos segundos de guitarra eléctrica y elástica al comienzo del disco y está el gesto también guitarrero en "All the time" y "80s comedown machine", señales ya conocidas. Pero en esa misma canción está también la voz raspada como nunca antes de Julian Casablancas, quien aparte está cantando definitivamente más agudo y casi en falsete en muchas ocasiones. Desde la mitad del disco en adelante se dan licencia para experimentar con pulsos más serenos y atmósferas grises o tenues, al punto de terminar en esa sorprendente especie de bolero o cha cha cha pálido llamado "Call it fate, call it karma". Y lo más llamativo a primera oída son los atractivos timbres sintéticos extraídos de las guitarras en canciones como "Tap out" o "Welcome to Japan", sin que por ello The Strokes deje de ser ni por un minuto eso: un grupo de guitarras.

Esas dos canciones, entre otras, corroboran además que ese juego entre los guitarristas Nick Valensi y Albert Hammond Jr. sigue siendo de alta precisión y cero efectismo. El estéreo es claro: lo que suena es lo que hay, dos guitarras y, en general, una relación entre los instrumentos que siempre ha sido quirúrgica cuando se trata de los arreglos en este grupo. Esa relojería interna sigue siendo uno de los placeres de escuchar a The Strokes en Comedown machine, con cumbres en canciones como la mencionada "Welcome to Japan", un llamado tan sutil como irresisitible al baile que ameritaría un videoclip con foco en cada instrumento si no lo hubieran hecho ya en "Reptilia", del segundo disco. El sentido pop se mantiene en canciones cortas, melodías instantáneas en coros como el de "Slow animals" y un disco que no supera los 38 minutos, tal como está etiquetado en esa carátula que parece emular la caja de una cinta magnetofónica con el logo vintage del sello RCA, evidencia de otro carácter que el grupo mantiene: la referencia al pasado. Acusados de nostálgicos por razones como ésa, The Strokes responden a estas alturas en un quinto disco con evidencia de su sonido propio y reconocible, incluso a prueba de experimentos como "One way trigger", una canción que hasta parece mejorar un poco con cada oída.

David Ponce

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